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Blackwater patrio: La riada

Manifestación de magistrados y jueces de la Audiencia Provincial de Cádiz contra el acuerdo del PSOE y Junts, en febrero pasado.

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No soy partidario de las sectas sino de la verdad"

Petrarca

Triunfa estos días en las librerías una saga desclasificada de Michael Macdowell que fue hermosamente rescatada por la casa de edición francesa Monsieur Toussaint Louverture. Curioso nombre y curiosa editorial que si leen francés les recomiendo. El nombre lo toman del líder haitiano que se rebeló contra los esclavistas franceses, apoyado por España, que llegó a nombrarlo general. Se le apodó L'ouverture por la forma en que abría brecha en las líneas enemigas. Digresiones aparte, la edición en español de Blackie Books es más modesta –al renunciar a los relieves– pero igualmente hermosa. Arranca con un escenario catastrófico, en la mañana de Pascua de 1919, que mantiene sumergido el pequeño pueblo de Perdido, en Alabama, tras la crecida del río del mismo nombre. En ese momento se produce la aparición repentina y misteriosa de Elionor Dammer, una seductora mujer que se inmiscuirá en el corazón de la familia principal de la villa, los Caskey.

Hace un par de años que leí la saga ('Blackwater' o 'La riada' en versión española) que, sin tener un valor literario espectacular, es entretenida, curiosa, fantasiosa y viene envuelta en una fórmula de edición folletinesca y cuidada. A pesar del tiempo transcurrido y dada su actualidad en nuestro país, su nombre me ha venido a la mente en el momento en que me he planteado esbozar las causas profundas que aquejan al sistema de balances o contrapesos y a la calidad de nuestra democracia, desde hace tiempo, no de siete días aquí. La imagen del inicio de la saga es muy potente. Casi veo cómo recorrer en una barca los destrozos causados por esa inundación, por ese desbocamiento de las aguas, que ya cubre gran parte de la realidad estructural de nuestro sistema.

Enlazo esto con las dos principales causas de esta situación: el intento de control de los árbitros y la incontinencia institucional en los más variados niveles. Hace décadas que habitamos un sistema en el que no sólo hay una pugna por ponerse a los árbitros constitucionales de parte. Existe, además, una pérdida de la continencia institucional que provoca que, ahora mismo, casi nada esté donde debe estar exclusivamente y casi todo rebose sus funciones y esté ocupando espacios que no le son propios y de los que debería abstenerse.

Es una riada que anega los mecanismos de controles y equilibrios del sistema, que los ahoga y que los oxidará sin lugar a dudas. Es una disfunción no estructural, que para ser detectada y, sobre todo, para ser enmendada precisa de un profundo conocimiento del funcionamiento debido y de las grietas por las que el agua ha entrado en cada mecanismo. Olvido por tanto las respuestas zafias, burdas, de bulto que pretenden que desde la barra de bar se pueden enmendar tantos errores y hacer un ajuste fino del sistema. Ni desde la barra de bar ni desde los micrófonos ni desde el interés de lograr unos objetivos u otros. Todo está inventado: los problemas y las soluciones. Todo se ha planteado: hace años que existen proyectos de reformas que no terminan de cuajar porque presenta problemas técnicos más o menos solubles o porque no convencen del todo. Los experimentos con gaseosa y, sobre todo, las reformas de fondo deben valorarse en función de qué uso podría darles nuestro peor enemigo de llegar al poder. No vale con que nos gusten ahora, tienen que gustar y proteger también en los momentos duros.

Más allá del establecimiento de un plan de reforma técnico, sensato y con la característica de seguridad y durabilidad que les planteo, vuelvo a la cuestión de lo que el resto de actores pueden hacer en su compromiso por la democracia y que consiste, básicamente, en aplicar el principio de contención constitucional y volver a su cauce. Prácticamente todos los actores democráticos se han desbordado: los ministros entrando al cuerpo a cuerpo o acumulando poder, los parlamentarios olvidando el decoro y su papel institucional incluso respecto a otros poderes, los jueces hablando, comentando y criticando en términos políticos.

Sumo y sigo, porque esto no viene de ahora. Los fiscales entrando en el juego político –individualmente, en asociaciones o como institución–; las asociaciones judiciales (pero también de abogados del Estado, inspectores de Hacienda) convirtiéndose con su actitud en sindicatos o partidos que les están vedados; los colegios profesionales, rebasando con mucho su papel de defensa de sus colegiados haciendo política; las confederaciones de empresarios; los órganos constitucionales, utilizados por sus miembros para verdaderas batallas de poder y en algunos casos admitiendo el secuestro partidista; los partidos políticos, convertidos no ya en empleadores sino también en censores, acosadores e inquisidores.

Sigamos con la lista: los docentes que adulan al poder con prebendas y entran en el juego político, los órganos administrativos de arbitraje, ¿quieren que siga?, porque podría. No olvidemos a los periodistas y los medios de comunicación que desbordan la opinión a las secciones de información y que se han puesto camisetas que ni nos corresponden ni nos interesan como profesionales. Ni a los que no son profesionales pero se hacen pasar por tales con la aquiescencia de los que los utilizan. Ni a los que aceptan sobrevivir a base de convertirse en propagandistas, algo muy distinto al periodismo.

Todos los mencionados y más, en banda institucional o de forma individual, porque las redes sociales no han ayudado especialmente a poner un dique a este desbordamiento. Lo haremos sin brocha gorda, porque el mal hacer de pocos puede gripar el sistema, sobre todo en las alturas, pero no puede alcanzar al esfuerzo sostenido de todos. No acepten descalificaciones ni elogios globales de nada, porque la verdad no suele ser tan gruesa.

No somos pocos los que no hemos necesitado cinco días ni un tema que nos afectara para darnos cuenta de la deriva. Hemos necesitado más días y más análisis y más casos analizados y más reflexión. No les voy a negar que en líneas generales el diagnóstico es pesimista. Históricamente se observan pocos casos de desviación de las aguas cuando los controles y los contrapesos democráticos son anegados y anulados, incluso por sus propios integrantes, que eso tampoco es nuevo. Obama lo intentó y, a pesar de su personalidad y su ejemplaridad, fue un espejismo. La responsabilidad de cada uno de los elementos añade un paso de esperanza al conjunto, pero, ¿quedan aún cincuenta justos? Eso es seguro. ¿Estarán dispuestos a dar el paso de mostrarse? Eso empieza a ser más dudoso.

Sólo con que cada uno volviera a su lugar, ciudadanos incluidos, habríamos conjurado la mayor parte del problema. Porque el sistema no está mal diseñado, aunque siempre sea perfectible, pero ha sido sobado y reducido a escombros durante décadas. Hacer que las aguas se retiren a su cauce, limpiar el lodo y restablecer la limpieza mientras el sol seca los daños de Perdido. ¿Causa perdida? La respuesta depende de qué virtud alumbre su espíritu. Fácil, desde luego, no. No es trabajo para una sola espalda sino para la de todos pero el poder tiene la desdicha de expandirse como los gases nobles aunque sin merecer el adjetivo.

Contención institucional, árbitros neutrales y tolerancia mutua.

No hay más secreto ni nada que parezca ahora mismo más imposible. 

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