Un crimen imposible de comprender en el resto de España sin el León maquiavélico

Isabel Carrasco caracterizada como Isabel la Católica en la feria Intur de 2013. Fotografía: Miriam Chacón (Agencia ICAL)

Jesús María López de Uribe

La muerte a tiros de Isabel Carrasco, una de las primeras mujeres en la política de 'altos vuelos' de España, ha sido tan aberrante que pocos fuera de León pueden llegar comprenderlo mínimamente ni atisbar todas sus claves y consecuencias. Es el sino de un lugar que es piedra angular en la Historia Política y Social del mundo europeo occidental, hecho que ha sido 'ocultado' a lo largo de los siglos. Una ciudad heredera de un campamento romano y otra, Astorga, que era el centro administrativo de la mina de oro más importante del Imperio. Una provincia actual (que proviene del convento latino astur) que dio origen a un Reino de León, ya olvidado por todos, en el que surgió el germen del Derecho Hispánico y Europeo, sus libertades fundamentales y donde, durante siglos, sus habitantes no hacen nada sin valorar las consecuencias políticas y sociales de cualquiera de sus calculadísimos “movimientos”. León, donde cada habitante es un pequeño 'Maquiavelo'.

Desde hace más de mil años los habitantes de León no hacen nada sin valorar las consecuencias políticas y sociales de cualquiera de sus calculadísimos movimientos; aquí cada ciudadano es un pequeño 'Maquiavelo'.

¿Cómo explicar a alguien de fuera de León que el asesinato de Carrasco es por un móvil político, pero no de los de Res Publica, sino “de andar por casa”? ¿Cómo explicar que la política personal importa más en León que lo que se llama el Bien Común? ¿Cómo hacer entender a los demás españoles que lo ocurrido no tiene que ver con “la política” a la que ellos están acostumbrados, o la de 'altos vuelos', o la caciquil? Porque este asesinato es político, sí; pero de puertas para adentro. No como solemos habitualmente pensar de ella, a lo grande, a lo Churchill (o en el caso de España a lo Aznar y Rajoy, Zapatero y Rubalcaba).

Quizás la respuesta es que los leoneses entienden perfectamente lo ocurrido sin necesidad de explicación: una enchufada que quería medrar y una madre que quería ser poderosa como la propia Isabel Carrasco se vengan por haber perdido no sólo su favor, sino un modo de vida que veían tan natural como antinatural parece aplicando la ética del Bien Público. Un asesinato personal de dos afiliadas a su mismo partido, despechadas por que la presidenta les impidió progresar, les llevó al ostracismo y les cortó su influencia y su capacidad de hacer dinero aprovechándose de las prebendas del poder.

Ese “porque yo lo valgo debo estar colocado por encima de los demás” es una característica propia del carácter azorrado del leonés, que durante siglos ha estado “conspirando” para colocarse mejor... hasta en el más mínimo 'puestín'. Es el “cazurro”, palabra que los demás españoles entienden como “torpe, basto, zafio y lento en comprender” —posiblemente por la influencia de la enemistad histórica de los castellanos con León—, pero que proviene del árabe 'al Q'Zur': el que es un zorro. ¿Qué era el leonés para la España Musulmana? Era el enemigo silencioso, artero, que esperaba sin dar un paso y con extrema paciencia un error, una caída o que te saliera un enemigo para sacar gran partido de la situación, generalmente sin dar la cara y usando a otros para su beneficio. Algo que coincide mejor con la primera acepción del término en el diccionario de la RAE: “malicioso, reservado y de pocas palabras”. Vamos, al que si un genio de la lámpara le prometiera un deseo a condición de darle el doble a su mayor enemigo pediría sin pensar que le sacaran un ojo.

Votando desde el siglo IX, ciudadanos libres contra poderosos

Un lugar donde se crean en el siglo IX las primeras asambleas de ciudadanos para gestionar los bienes comunales de cada pueblo en asamblea popular con el sistema de “un ciudadano, un voto”. Son los llamados concejos (que hoy quieren extinguir desde Madrid por ser “un estorbo”), donde las envidias no son por cómo ha resultado el reparto de las tierras o de los bienes y honores comunales. Sencillamente son por perder, o no saber ganar, las votaciones. Concejos que son el germen de las comunidades de vecinos urbanas actuales. León, dónde todos quieren medrar a costa del vecino caído en desgracia (y no antes), donde la política maquiavélica, la de “la parte de atrás”, la de “familia”, la de saber cuántos aliados de verdad o coyunturales se “tienen para poder moverse” es algo cuasi genético. Donde las cofradías de Semana Santa ha sido durante siglos el lugar de promoción político previo para conseguir ser corregidor de la capital, que tuvo uno de los primeros Ayuntamientos de España (si no el primero) por orden de Alfonso XI en 1345. Una evolución que proviene de las asambleas medievales antes citadas, una institución que limitaba el poder del tradicional concejo, al elegir ocho “ciudadanos buenos” que se 'ajuntaran' para gestionar los bienes de los demás. Arriesgada apuesta conociendo el carácter leonés... o contrapoder castellano a las entonces, y aún hoy, molestas asambleas ciudadanas concejiles para los poderosos... por tener poder de decisión democrático popular no controlable. Por ser piezas libres en el ajedrez político.

Ese León donde las envidias entre vecinos no son por cómo ha resultado el reparto de las tierras o de los bienes y honores comunales, sino sencillamente son por perder, o no saber ganar, las votaciones en concejo.

León y Astorga son dos ciudades bimilenarias de ciudadanos libres, que exigen todavía a día de hoy que los alcaldes hablen con ellos “de tú a tú” porque los consideran “sus” servidores públicos y no un superior. Si no lo hacen, y como ellos quieren, los mandatarios no vuelven a repetir. Es ley no escrita. Lugares en que todos se respetan como iguales en voto, pero por lo que la posición social es importantísima y no necesariamente por el dinero, sino por estar ahí y poder “ser candidatable”. Aquí, donde se dice que la gente lleva abrigos de piel pero que para poder comprarlos comen garbanzos a los que han tenido que limpiar los gorgojos en casa. Donde la apariencia es la clave. Donde el poder “se maneja” en las reuniones sociales. Donde todos son potenciales concejales. Donde cada pueblo tiene un alcade al que ahora se le llama presidente de Junta Vecinal. Una provincia con más de mil cuatrocientos pueblos y con 211 municipios, porque el alcalde pedáneo que aún mantienen 1.234 poblaciones y el municipal son distintos y generalmente de partidos políticos diferentes.

Es su peculiar forma de hacer contrapoder de los otros: votando distinto en las elecciones a Junta Vecinal, Ayuntamiento y Junta de Valladolid en gran medida. Donde un desplante o una derrota en un reparto de bienes comunales causa inquina durante generaciones familiares. En León capital y provincia donde cada ciudadano es un político maquiavélico la verdadera derrota es la social, la venganza definitiva es impedir que el otro “sea alguien”, que sea candidatable y “pueda gobernar”, lo que significaría lo más insoportable: que quien está en contra de ciertos intereses pueda ir contra ellos. Y la mayúscula, el ostracismo social de los enemigos: que nadie les apoye o incluso les hablen, o huyan de ellos como la peste. Y todo sin dar la cara, o que otros la den por uno.

Cuando cambian las tornas políticas, la venganza social está servida, aunque en esta tierra todos lo aceptan al estar acostumbrados desde hace más de mil años a que ocurra. Llegará de nuevo la ocasión de devolver la ofensa, o de perdonarla si aparece un enemigo externo a la pelea personal; hasta que el tercero quede eliminado y... vuelta a empezar.

El verdadero 'juego de tronos'

Es León un lugar donde los romanos dejaron su única legión durante al menos tres siglos en todo el territorio de Galia, Italia, Hispania y el norte de África por una razón: la mina de oro de las Médulas. La Astorga romana, la Astúrica Augusta, es donde se formaron posiblemente los mejores contables y transportistas del Imperio al controlar el tráfico del oro de la mayor mina de este preciado metal durante casi toda la historia romana (que se convirtieron en los míticos arrieros maragatos). Casualidad o no, hasta Trajano fue 'general' de la Legio VII Gemina, una de las dos unidades militares junto con la VI Victrix que establecieron el campamento que fue la ciudad de León de casi dos mil años. Más tarde capital del Viejo Reino Hispánico, que todavía mantiene erguida en gran parte su potentísima muralla campamental tardorromana. Hasta se dice que Poncio Pilatos era de la vieja Astorga, la Asturica Augusta. Y eso... eso “lo dice todo”.

Por ello, por ser León y Astorga ciudades fortificadas por los romanos, fueron el solar donde la Corte del reino medieval astur que luchaba contra los árabes para recuperar la añorada Hispania Visigoda se instaló sobre el siglo X cuando traspasó la cordillera Cantábrica. Un reino, el de León, que en 1017, dotó a su capital de unos fueros en los que las mujeres eran sujetos de pleno derecho en la justicia y en las herencias, donde se proclama por primera vez la inviolabilidad del domicilio sin orden expresa del rey para entrar en ella, en el que se estableció que existía la libertad de pensamiento (no hay que confundirla con la de expresión). Aquí se desarrolla el 'Fuero Juzgo' que se convertiría en la base del derecho Hispánico y donde, en 1188, los ciudadanos consiguen por primera vez en la Edad Media derecho a votar junto a la curia y los nobles. León, una ciudad donde aún se conserva el 'Locus Apellationis', el lugar donde el rey estaba obligado a juzgar lo que cualquier ciudadano le reclamaba ante cualquier noble, porque el monarca no lo era “por gracia de Dios” sino por la tolerancia del pueblo. Todo esto entre 198 y 27 años antes de la archiconocida Carta Magna de Juan sin Tierra (el hermano 'malo' de Ricardo Corazón de León).

Los aficionados a la novela y serie televisiva 'Juego de Tronos' se lo pasarían en grande leyendo la Historia del Reino de León... que es la que crea la leyenda medieval más importante de España, la del Cid Campeador. Comienza con el magnicidio más famoso en la ciudad, en el año 1028, del joven conde García, el último de la estirpe de Fernán González que murió apuñalado por los Vela cerca de la iglesia de San Juan Bautista cuando iba a casarse con la hija del Rey Alfonso V de León (el de los Buenos Fueros). Un niño de 15 años supuestamente 'protegido' por el rey navarro Sancho III Garcés.

El hijo de este monarca navarro, recibiría 'oportunamente' el título del asesinado joven García y se casó con la que iba a ser su esposa, Sancha. Este conde castellano, Fernando, se convertiría en Rey de León después de matar al hermano de su mujer, Vermudo III, en una batalla donde posiblemente los nobles del rey leonés le traicionaron y le dejaron sólo ante el enemigo navarro; que acabó con él asestándole unos ofensivos 42 lanzazos. Una ciudad legionense que durante dos años niega la entrada al nuevo soberano para impedir que se corone oficialmente, en venganza por haber acabado con su amado y joven monarca. Un ya Fernando I que luego se haría con ellos hasta tal punto que fue nombrado 'al Kabir' (el Grande) por los árabes y llorado por los mismos que le negaban la entrada a la capital de la Corte 28 años antes de su muerte. Sin embargo, Fernando falleció como el más grande, pero dejó una herencia letal al dividir el reino entre sus vástagos en contra de la tradición leonesa y a favor de la navarra.

Los aficionados a la novela y serie televisiva 'Juego de Tronos' se lo pasarían en grande leyendo la Historia del Reino de León, llena de traiciones y guerras entre hermanos, y con la copa de Cristo escondida a la vista de todos.

Unos hermanos —Sancho, Alfonso y García— que reciben con gran desagrado un reparto que envenena para siempre a la familia. De aquí (1065) nace el reino de Castilla que será para el primogénito y se quedan León y Galicia los otros dos... y sus dos hermanas Elvira, la ciudad de Toro, y Urraca (la que se cree que escondió a la vista de todos en San Isidoro de León la copa de Cristo que hoy adjudicamos a la leyenda del 'Santo Grial'), la de Zamora. Una ciudad que luego será clave en este 'juego de tronos' medieval español.

Una guerra larvada entre los cinco hermanos en la que sólo comiezan las crueles hostilidades cuando muere su madre, Sancha (la que se iba a casar con el conde niño asesinado cuarenta años antes), en 1067. El mayor, Sancho, despechado y ofendido por recibir un reino recién creado y sin importancia, Castilla, que desea por encima de todo el relevante y más conocido en toda Europa, León. Otro, el monarca leonés, el segundo pero ojito derecho del padre, Alfonso, que no tolera que el pequeño sea rey de Galicia. Los dos mayores aliados para quitárselo y, una vez lo consiguen, el mayor le arrebata a Alfonso el reino principal y, no contento con ello, ataca a sus hermanas. Decisión, y guerra, que termina con la funesta consecuencia de que la protectora del 'Grial', Urraca, ordene a Vellido Dolfos asesinar de un lanzazo a su hermano mayor en un bosque cercano a las murallas zamoranas. No parece casualidad la elección del arma, visto lo que le ocurrió al tío de Urraca en la batalla en que murió treinta años abandonado por sus huestes, que 'finos' los leoneses son un rato para ejecutar frías venganzas 'poéticas'. Un héroe Vellido para los leoneses; traidor entre los traidores para los castellanos, que guardarán siglos y siglos un odio visceral a los de León por matar a su primer rey.

Recuperados los reinos Alfonso VI (León y Castilla) y García (Galicia), el primero termina apresando a su hermano pequeño, cegándolo y encerrándolo de por vida en el castillo de Luna. Todo esto nada menos que tres años después de que el normando Guillermo el Conquistador ganara la batalla de Hastings al sajón Haroldo (la del Tapiz de Bayeux, en 1069) y se convirtiera en el primer rey famoso de Inglaterra.

Y entre medias un tal Rodrigo Díaz de Vivar, que fue campeón de Sancho, termina casándose con una prima asturiana del rey Alfonso, Jimena, con la esperanza de este último de que no se levantara el aún no llamado 'Cid' contra su nuevo señor tras la 'polémica' muerte de su hermano mayor... hasta que las intrigas de la Corte lo expulsan del reino no una, sino dos veces... y su leyenda llega al Hollywood de Charlon Heston. El descubrimiento a finales del siglo XVIII del 'Cantar de Mío Cid' y la película resultante es la mayor venganza castellana porque se da pábulo de Historia verdadera a un texto propagandístico en el que los malos no son los musulmanes, sino los leoneses y catalanes. La cosa llega hasta el punto de inventarse una Jura de Santa Gadea que jamás existió pero que es imposible de borrar del inconsciente colectivo para oprobio y burla del Reino de León... que se extingue en 1983 desdeñado por todos al no conseguir su autonomía y ser ocultado y olvidado en la que forma, muy a su pesar, junto a Castilla.

Y ésta es sólo la historia central de aquel Reino de León, trufada de otras muchas anteriores y posteriores, con desentendidos monumentales con los castellanos del condado antes de 1065 y del reino después. Y una permanente guerra que, en 1188, provoca que Alfonso IX de León convoque en la misma basílica que se escondía “a la vista de todos” la copa de Cristo que hoy llamamos 'Grial', esas primeras Cortes con voto de los ciudadanos. Más que una asamblea, curia o concejo que la Unesco conmemora como el germen del parlamentarismo casi treinta años antes de la Carta Magna del inglés Juan sin Tierra. Un reino digno de la mejor novela de misterio político desde que se creó, en el 910 hasta que confluyó en la Corona de Castilla y de León en 1230, y aún después, en sus años olvidados por todos. Como para no darse cuenta de que los leoneses están hechos de una pasta especial después de vivir en culebrones similares desde hace más de mil años y que cosas como éstas no les sorprenden ni les resultan extrañas precisamente.

Una cuna de políticos de alto nivel

Pero tampoco se entiende León sin saber que es lugar de donde gran parte la nobleza española posterior (e incluso la actual) tiene sus raíces: los Quiñones (Suero de Quiñones), los Luna (recordemos el valido real, Álvaro de Luna) y los Guzmanes (el Conde Duque de Olivares se llamaba Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar); nótese que la casa de Medina-Sidonia —que ahora encabeza Leoncio González de Gregorio y Álvarez de Toledo, duque de Medina Sidonia y marques de Villafranca del Bierzo—, la inició Guzmán el Bueno. Un lugar donde nació el Secretario de Estado del Trienio Liberal (Felipe Sierra Pambley), un presidente del consejo de Ministros por dos veces entre 1912 y 1922 (el astorgano Manuel García Prieto), donde Ortega y Gasset fue elegido diputado por la Segunda República. Lugar de nacimiento del presidente de la II República en el exilio (Félix Gordón Ordás), del ministro que defendió en 1976 la extinción del Movimiento ante las Cortes Franquistas (Fernando Suárez), el que diseñó el Estado de las Autonomías de la Democracia del 78 (Rodolfo Martín Villa). También la ciudad de crianza de José Luis Rodríguez Zapatero... y de la infancia de Mariano Rajoy. Entre otros muchos más personajes de alta alcurnia y decisión en la historia española.

Por eso los leoneses, políticos maquiavélicos natos, no reaccionaron de ninguna manera especial ante la muerte de Isabel Carrasco, más que con incredulidad ante la sorpresa inicial y con la necesidad de confirmar la información. Todos, al enterarse, más o menos esgrimieron la frase: “Nadie debería morir así, pero se lo había buscado; además, no es de extrañar que le pasara eso, que podía haberlo hecho cualquiera”. Y no es frialdad ni atrevimiento: en León saben que podía haberlo hecho cualquiera, porque había dejado muchísimos cadáveres políticos y económicos. Sus motes la definían mejor que nada: Isabelita, la Carrasca, la pequeña, la pequeñina, la rubia, la reina, la señora, la señorona, otro más cruel sobre su estatura y finalmente uno, irreproducible, mucho más fuerte. Tanto miedo daba que sólo uno de ellos era una palabra realmente insultante, y dicha por muy pocos, por mucho que la mayoría de los demás destilaran una evidente aversión a su persona. Isabel Carrasco era más que capaz de llevar a sus enemigos al ostracismo total, lo más temido por los leoneses. Una mujer con mucho carácter, feroz estratega y artera táctica política de primer orden que consiguió eliminar a sus contrincantes a diestro y siniestro, en León, Astorga y El Bierzo...y dejar tocados una y otra vez a los leoneses en Valladolid para que, al menos, no levantasen cabeza; o para que no le levantaran la cabeza, más bien.

León, cuna de reyes y del Conde Duque de Olivares, de la Casa de Medina-Sidonia, del presidente de la II República en el exilio de la cual fue diputado Ortega y Gasset por esta circunscripción, del arquitecto de la democracia del 78, Rodolfo Martín Villa, y ciudad de crianza de Zapatero y de infancia de Rajoy.

Una más que notoria maquiavelista, gestora y ejecutora de la política de 'altos vuelos', a la que entró de la mano de José María Aznar como delegada territorial de la Junta de Castilla y León, lo que ya en un León que había perdido el tren de la autonomía le granjeó los primeros enemigos que la definían como “una traidora al servicio de Valladolid”. Más tarde consiguió ser durante ocho años consejera de Economía y Hacienda. Si hubiera sido más guapa y menos encarada, podría haber llegado a Madrid, pero no pudo ser. Al finalizar su gestión autonómica tuvo que presentarse como concejal de un pequeño pueblo a las afueras de León para conseguir la concejalía que le permitiera alcanzar la presidencia de la Diputación, de la que terminó limpiando todo atisbo de oposición dentro de su partido cuando consiguió la jefatura provincial del mismo. No se libró nadie. Absolutamente nadie que no fuera de su cuerda o que no estuviera con ella sin fisuras: el perfecto ejemplo de “estás conmigo o estás contra mí”. No es baladí el detalle de que el hombre que la ha sustituido interinamente en la institución provincial sea el alcalde de aquel pequeño municipio. Político que bajo el paraguas de protección de Carrasco alcanzó una vicepresidencia que jamás habría conseguido por sí solo.

Pero Isabel Carrasco se encontró con la horma de su zapato. Dos iguales que ella. Dos que la admiraban y veneraban tanto al principio, como la detestaron y odiaron al final. Es ya Maquiavelo el que indica hace ya casi seiscientos años que a un gobernante exitoso (lo cual no quiere decir ni bueno ni ético, sino que puede gobernar sin trabas ni oposición) sólo se le puede expulsar del poder con un asesinato (posiblemente impresionado por el asesinato de Galeazzo Sforza en una iglesia, muerte que, casualmente, coincide en las formas con la de aquel joven conde castellano García). Por ello hablaba de la 'virtú', con la cual el 'primus inter pares' debía ganarse a los más cercanos y al pueblo. Y ni aún así podía estar seguro de mantener el poder, por lo que le aconsejaba que nunca dijera a nadie su próximo movimiento político. Isabel Carrasco no tenía esa 'virtú', sobre todo por sus nefastas formas personales. Pero fue a dar con una hija y una madre en teoría de su mismo bando, a las que abocó a que todos huyeran de ellas “como la peste”. Cosa que provocó llevaran a cabo la hipótesis de la caída del poderoso del pensador florentino con una tóxica planificación de varios años para ejecutar un crimen atroz y en público.

Sin embargo, nada que ver con un 'Puerto Hurraco'

Y lo que no podrán entender en el resto de España es la reacción de los leoneses el mismo día de los disparos por la espalda que acabaron con su vida, ante una mujer que prácticamente todo el mundo detestaba tanto como la temía. No hay que confundir esto con un 'Puerto Hurraco'. Por contra, es cosa de ciudad vieja, militarona desde el imperio romano, regia y maquiavélica: para ellos no es nada descabellado pensar que podía haber sido cualquiera y ojo, no sólo de sus grandes enemigos.

En la capital del Viejo Reino nadie está confundido, todos saben que los leoneses no han ofrecido una respuesta fría sino calculada: ahora toca repartirse los restos del castillo de la 'reina Isabel I de León' (y 'condesa de Castilla') y no se pueden permitir perder comba.

En la capital del Viejo Reino nadie está confundido, todos saben que los leoneses no han ofrecido una respuesta fría sino calculada. Porque ahora lo que toca es repartirse los restos del castillo de la 'reina Isabel I de León' (y 'condesa de Castilla') y no se pueden permitir perder comba. Lo que viene ahora en León es que los reyezuelos destronados por la presidenta del PP y de la Diputación se vengarán de los condes que aupó y que la apoyaban. Los que quieren recuperar el poder no dudarán ni un momento en perder un ojo si consiguen que sus enemigos pierdan los dos.

La política es dura, pero en León es superlativamente cruel aunque “no se note”. No sólo los espectadores y lectores de 'Juego de Tronos' se lo pasarían en grande en el próximo capítulo del oculto León político, incluso el pensador florentino del siglo XV tendría para escribir otro libro de considerable impacto en el pensamiento político y social: 'El ciudadano'. Por supuesto basándose en el leonés, así como lo hizo con Fernando el Católico para su 'Príncipe'. Lo demuestra el hecho de que se hayan leído ustedes este análisis extensísimo y se queden con ganas de más. Mucho más. León se ha destapado: bienvenidos al nuevo libro de Nicolás Maquiavelo que se ha descubierto en el juego de tronos más descarnado. Y es que la realidad leonesa supera, con mucho, a cuaquier ficción. Y visto cómo ha ido el caso policial, esto promete impactar, una vez más como suele ser habitual en esta tierra escondida, en los más altos niveles de la política española.

Aunque no se preocupen, lo más probable es que pasado el tiempo vuelvan a ocultarlo como siempre han hecho desde que León fue enviado al ostracismo. Aunque por una vez quizás una cosa así sea imposible esconderla a la vista de todos.

Quien sabe, visto lo visto...

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Jesús María López de Uribe ha sido periodista de Comarcas en La Crónica de León, coordinador de Provincia en El Diario de León, corresponsal de ABC en León y asesor de Comunicación de la Unión del Pueblo Leonés en la Diputación de León. Además es divulgador histórico en 'Tardes con Historia'.Jesús María López de Uribe

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