“Hay gente pa' to”

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Francisco Muñoz López

Tres generaciones dedicadas al tema del dinero y va a ser a mí, en estos días extraños, que algo me ha impulsado a exonerar de culpa la profesión que con tanto esmero hemos desarrollado los varones de mi familia. Y es en esta cuarentena en la que mi trabajo, como el de otros muchos, se ha ido reduciendo día a día hasta llegar a la absoluta imposibilidad de realizarlo, cuando he reflexionado sobre la ética (o, para algunos, la falta de ella) de mi profesión. No se entienda que necesito el beneplácito del lector ni su solidaridad, ni siquiera su comprensión. Nada de ello necesito desde que, hace más de 40 años, a la puerta del Hotel Alfonso XII de Sevilla, mi padre me enseñó que todos los trabajos están a la misma distancia de Dios y en tono más castizo, entre calada y calada, me dijo que nadie es menos que nadie.

Por aquellos días yo estaba recibiendo en Sevilla las últimas lecciones de lo que él llamaba “las reglas básicas de la profesión”. Cuatro años había dedicado a prepárame para el día que hubiera de enfrentarme yo solo con la vida.

Él había aprendido en Salamanca todo lo que sabía del oficio pero siempre pensó, contrariamente a mi abuelo, que una enseñanza personalizada sería mucho más productiva. Además, “La Escuela de Salamanca” hacía años que había clausurado su curioso magisterio.

Una vez por mi cuenta, mi vida ha transcurrido como fue la de mis dos antepasados: sin grandes sobresaltos, sin grandes ingresos, sin grandes angustias ni grandes alegrías. Trabajo en los centros de Madrid y suelo acudir a los lugares donde va la gente. Siempre me han gustado los barullos, la algarabía de las plazuelas, el ruido sordo del metro, los cánticos de las manifestaciones, las voces de los mercados, todo lo que suponga un contacto estrecho con mis semejantes. Decía mi padre que si hay que vivir del prójimo, que a la postre es lo que hacemos todos, cuanto más cerca, mejor. «Hay que arrimarse, como los toreros», me solía decir. En esa frase va la mitad del arte del que vivo.

La otra mitad va delante, se necesita observar. Saber mirar es capital para poder elegir: una elección equivocada y el tiempo y el esfuerzo se van por la cloaca. Aun basándose nuestro oficio en una prospección a futuro, con la inseguridad que ello conlleva, y dando por cierto que aquella ha sido acertada, un análisis defectuoso de las trabas que podemos encontrarnos y que nos encontraremos dará al traste con toda la operación. Como en cualquier profesión, nadie se fía de nadie y habiendo euros por medio, menos. La rapidez en la transacción es primordial, alargar los negocios ya no se lleva. Cada vez se implanta con más fuerza el modelo nórdico en el que las comidas de negocios, los breakfast de lo mismo y otras costumbres del siglo pasado van dejando paso a la inmediatez, al ahora y aquí, al “Just in time”. Y en eso los varones de mi familia somos insuperables.

Valorada correctamente la rentabilidad de la operación y las más que probables dificultades que hallaremos, lo siguiente es “arrimarse”. Un periódico, un pequeño choque fortuito y sólo queda, al final de la jornada, consultar los dividendos. Ni la coacción ni la intimidación son nuestras herramientas. Menos aún la violencia, por mínima que fuese. La clave en los negocios es que ambas partes salgan contentas o, al menos, como estaban antes de la transacción. Más tarde, al realizar el arqueo, sabré si estuvo a la altura de mis expectativas.

Normalmente el balance anual tiende a nivelar lo aleatorio de mi calendario laboral. «Ningún día es igual al anterior, la vida empieza hoy», solía decirme el viejo. Pero poco o mucho (nunca demasiado) siempre he llevado a casa lo suficiente para que mi familia no haya pasado carencias. Mi esposa y yo hemos vivido decentemente y nos ha permitido costear los estudios de Carlos, nuestro único hijo, que ha continuado la tradición familiar dedicándose a los temas del dinero. Bien es verdad que en un ámbito muy distinto al nuestro, pues desde que sacó la plaza es adjunto a la direcciónen la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Los tiempos cambian y la juventud busca otras cosas.

Como decía, día con día, mi vida transcurría sin mayores trabajos que los propios. Pocas veces mi actividad me había ocasionado problemas, aunque lo difuso de las líneas legales en las que mis colegas y yo nos movemos me han procurado algunos encuentros no buscados con la ley. Generalmente en dos o tres días, como máximo, el asunto quedaba zanjado. Sé que muchos pensarán que es injusto pero, como ya dije, la limpieza de nuestro trabajo es tenida en cuenta, además de que la cuantía de mis operaciones se movía, en la inmensa mayoría de los casos, dentro de los márgenes que, si bien no son admitidos por las estrictas leyes económicas, diríamos que son toleradas.

El problema surgió el pasado viernes día 13 de marzo cuando en Madrid se requirió a la población que se mantuviera en sus casas. En pocas horas las calles empezaron a vaciarse. En los primeros días acudí a los supermercados y mal que bien, pues los ánimos estaban muy exaltados, pude cerrar un par de operaciones. También en las farmacias era posible aún conseguir que algún despistado me dejara cerrar el día con algún beneficio. El tema estaba empeorando a marchas forzadas. Me acerque a algunos hospitales y todavía allí pude, no sin riesgo, conseguir algo que llevar a casa. Con el paso de ya no los días, sino las horas, todo iba cambiando. La distancia de seguridad impuesta en las colas, mercados y demás lugares donde pudiera reunirse alguna gente (nunca mucha) acabó por impedirme trabajar. La última vez que salí a la calle no hubo opción de entablar ningún contacto, ni provechoso ni siquiera humano. No había nada que hacer, Madrid era un páramo, deambulaba solo por Martínez Campos cuando un coche patrulla de la Policía Nacional se detuvo a mi altura. Desde la ventanilla del conductor asomó una cara que inmediatamente reconocí.

—Coño, Pepe, no sabes que no se puede andar por la calle...

—Ya sabe, sargento, la costumbre.

—Pues quítatela, no quiero tener que volver a avisarte.

—Descuide, sargento, no me volverá a ver el pelo hasta que todo esto pase. —«Y espero que cuando esto pase, tampoco», pensé para mí.

No me gustó nunca tener trato con maderos, ni para bien ni para mal. Su posición de superioridad les permite tomarse confianzas que nosotros, por nuestra posición de inferioridad, no podemos. No niego que siempre me han tratado con cierto respeto e incluso diría que alguna vez con afecto. Pero siempre se trasluce un aire de condescendencia que me molesta enormemente. Acepto que entre ellos se refieran a mi persona añadiendo a mi nombre mi oficio. A fin de cuentas es mi profesión y como ya he dicho la he llevado a cabo con dedicación y esmero, pero hay una cosa que no soporto: el tonito que emplean cuando, con una mano en mi hombro, me dicen: «Así es que Pepe el Carterista. Ay, Pepe, Pepe, no escarmientas».

* 'Hay gente pa to' es un relato obra del salmantino Francisco Muñoz López publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger escritos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

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