La delgada línea que marca el límite entre mesa interior y terraza en la hostelería de León y San Andrés

La Panadería La Espiga está en San Andrés del Rabanedo, ya en el límite con León

César Fernández

“¿Ya están otra vez cerrados los bares?”. Una vecina de San Andrés del Rabanedo se pregunta en voz alta. Y la respuesta está en una terraza con clientes abrigados. Cerca, a apenas unos metros de la frontera con León, en la calle Órbigo, la Bodega El Abuelo tiene que someterse a la nueva restricción del cierre del interior de la hostelería por el aumento de la incidencia del coronavirus. “Yo prefiero comer solamente patatas a estar en el hospital”, dice su propietaria, María Félix Blanco, comprensiva con la medida y resignada ya a vivir la peor situación de los 47 años que lleva como autónoma, tantos como este negocio ubicado en las inmediaciones del Centro de Salud de San Andrés que podría recibir a clientes si estuviera en la manzana siguiente.

“Soy autónoma de nacimiento. Y es la primera vez que el Gobierno nos ayuda a los autónomos”, destaca María. “Si estás legal, te está ayudando. A mí y a mi empleado desde el primer día”, añade. Ella no mira hacia la administración, sino hacia la población, a la que considera que le cuesta cumplir con medidas sanitarias como el uso de la mascarilla cuando entra en un bar. “Y si les dices algo, se mosquean”, recrimina sin dejar de hacer notar que hasta un 10% (“pongamos ese porcentaje”, apostilla) de los hosteleros “tampoco respetan las normas ni en el mostrador ni con la mascarilla”.

Soy autónoma de nacimiento. Y es la primera vez que el Gobierno nos ayuda a los autónomos, destaca María, propietaria de la Bodega El Abuelo, en San Andrés. Si estás legal, te está ayudando. A mí y a mi empleado desde el primer día, añade

La Bodega El Abuelo tiene dos licencias: una para bar y otra para venta de vinos, lo que le permite despachar botellas y embutidos, así como cafés para llevar. No tiene terraza. “Esta calle es un poco cabrona por el frío”, justifica ahora que se ha acostumbrado a abrir solamente por la mañana. Los que no acaban de acostumbrarse son los clientes. “Me cuesta entenderlo. No sé si es la mejor medida”, admite Fidel Rodríguez. Con casi cincuenta años de experiencia, la bodega hace frente a una situación sin precedentes. “Las restricciones nos hacen daño. Pero le hacen daño a todo el mundo. Hay que adaptarse a las circunstancias”, reconoce su propietaria.

“Mañana hay que ir a tomar café a León”. Mientras algún despistado intenta entrar al interior, los clientes hacen cola en la barra exterior del café-bar Gran Capitán, entre la plaza homónima y la calle Azorín, en Trobajo del Camino. Es San Andrés y no se puede entrar el interior. Apenas 200 metros más al este, en el mismo vial, ya es León y sí se puede acceder. “Vería lógica la medida si se adopta por una cuestión de salud. Pero hay que tener coherencia”, expone su propietario, Israel. Y lo dice con conocimiento de causa al aludir al momento en el que la Junta de Castilla y León apeló a la “cercanía” para extender las restricciones de León a San Andrés. Ahora que la situación es a la inversa, ha justificado no incluir a la capital para evitar “sufrimiento” a los sectores afectados (en este caso,la hostelería y las salas de juego y apuestas).

Israel también se queja del escaso margen entre el anuncio de las medidas y su aplicación, en este caso con menos de 24 horas de diferencia. “No se avisa con tiempo suficiente”, censura para ilustrar el quebradero de cabeza que eso supone para su economía. “Yo compré el lunes. Y el martes te obligan a cerrar. Me han cambiado las condiciones. Y así no puedo negociar con los proveedores para tener un mejor precio”, advierte para considerar que “falta previsión”, lo que al final somete a los establecimientos a una “incertidumbre” que dura ya demasiado tiempo.

Yo compré el lunes. Y el martes te obligan a cerrar. Me han cambiado las condiciones. Y así no puedo negociar con los proveedores para tener un mejor precio, dice Israel, propietario del café bar Gran Capitán, en Trobajo del Camino

“De cuatro meses de este año hemos estado casi tres cerrados”, echa cuentas Israel. Son las once de la mañana. Los clientes se asoman a su barra exterior para pedir o se sientan en su terraza. Lo peor es a primera hora de la mañana o a última de la tarde, cuando el tiempo no está para tomar algo en el exterior. “Y son cuatro horas perdidas al día”, vuelve a calcular. ¿Los políticos hacen esas cuentas? “Ellos del día a día de un negocio no tienen ni idea”, contesta.

“Lo oí ayer, pero ya no me acordaba de que tú estabas en San Andrés”. La Panadería La Espiga, que funciona como local hostelero aparte de como despacho de pan, vive en una encrucijada. Entre los barrios de El Crucero y Pinilla, en la calle Cardenal Cisneros, pertenece a San Andrés del Rabanedo. Solamente con cruzar la calle ya se está en León. Pese a reconocer que la situación se presta a una paradoja que “no es muy comprensible”, su propietaria, Cristina García, se muestra comprensiva. “Si aquí ahora hay más contagios, así tocó”, se resigna.

La Panadería La Espiga está en San Andrés. A la vuelta de una calle ya es León. Su propietaria, Cristina García, limita el impacto de la nueva restricción: La gente tiene más recelo a entrar dentro y suele salir a la calle a tomar.

El despacho de pan no cerró durante el confinamiento estricto de la primavera de 2020. Y en la parte trasera del establecimiento dispone de una terraza que alivia las actuales restricciones. García, no obstante, limita el impacto del cierre interior con el ejemplo de su propia clientela. “La gente tiene más recelo a entrar dentro y suele salir a la calle a tomar”, advierte mientras varias clientas asienten y se disponen a beber el café en la acera. Aunque pudiera parecer de este martes, el cartel en el escaparate que reza 'Hay café para llevar' viene de lejos.

“Las restricciones a la hostelería no se entienden”. A la vuelta de la calle, ya en León, sí se puede entrar al interior de los bares, sometidos eso sí a límites de aforo y a consumir en mesa. Las mamparas hacen de frontera. “Y los que somos de barra de toda la vida...”, dice un cliente haciendo el gesto de posar el codo, un hábito que ya parece de un pasado lejano por culpa de una pandemia.

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