El ganado de León no entiende de coronavirus: tiene hambre y sale todos los días a pastar

Imagen del rebaño de cabras de Ángel Santamarta.

Elisabet Alba

A Ángel Santamarta el coronavirus en poco le ha cambiado la vida. El despertador sigue sonando a la misma hora de siempre. Desayuna, apura a hacer las cosas de casa antes de apartar a las cabras de los cabritos, en su rebaño de un centenar de cabezas, da de comer a las recién paridas y se echa al monte sobre las 11 de la mañana. El ganado sigue teniendo hambre y el estado de alarma permite a los ganaderos que continúen con su actividad “esencial”.

Por las calles de su pueblo, Vegapujín, una pequeña localidad del Ayuntamiento de Murias de Paredes, ya no pasean sus otros siete vecinos. No van unos a casa de otros a pasar la tarde o a jugar una partida de cartas. Son mayores y están asustados. Saben que las noticias hablan de ellos a diario. Que les piden que se queden en casa. Que mantengan la distancia de seguridad y así lo están haciendo. “Sólo salen al corral, como mucho. A comprar el pan cuando pasa el panadero o algo de carne o pescado o algún otro producto que les haga falta cuando sube el frutero”, explica a Ileón.

No todos tienen coche y la posibilidad de desplazarse a las localidades más grandes como Villablino o Riello. Es Ángel y otros dos vecinos “más jóvenes” como él quienes les preguntan si necesitan algo y hacen las gestiones por ellos. También el panadero, que desempeña estos días más que nunca la función de taxi, acercándoles las medicinas que les recetan los médicos.

Ellos por su parte limitan al máximo los contactos con otras personas en esas salidas del pueblo y extreman precauciones. No quieren ser un riesgo. Ni para sus vecinos ni para ellos mismos. “La gente estos días nos mira con cierta envidia. Mi vida es igual que antes de la pandemia pero, ¿si yo enfermo quién me cuida las cabras? No me puedo quedar encerrado en casa o ir al hospital. Las cabras tienen que ir al monte todos los días”.

Esa es la principal preocupación de los ganaderos de la provincia. La salud propia y el futuro de su negocio. De su vida. “Nuestros productos no están saliendo”, cuenta apesadumbrado. En un momento en el que el sector primario sostiene el nivel de compras de los confinados, los ganaderos no consiguen vender sus cabritos o lechazos. “El 90% de las ventas se hacen a bares y restaurantes que están cerrados. Se han suspendido las bodas y las comuniones, la Semana Santa, las fiestas...” Un lamento más por sus compañeros que por sí mismo.

La salida que le quedan como ganadero es castrarlos y cebarlos hasta que el mercado se recupere y que entonces intenten verderlos. Pero quizá sea tarde. Muy probablemente se les juntarán varias parideras, y los ingresos por vender cabritos y corderos ya grandes, criados con pienso, igual no suplen los gastos de espacio y dinero que supondrá alimentarlos ese tiempo.

Para Ángel estos meses son decisivos. Está empezando con su explotación ganadera y el futuro no es nada halagüeño. Después de años en el ejército, probar suerte en el sector del turismo y hotelero, le salió una oportunidad de trabajo temporal en su Ayuntamiento hace cinco años y no se lo pensó. Hizo las maletas y se volvió al pueblo. Nunca habría imaginado lo que está viviendo ahora. Hace dos años decidió iniciarse en la ganadería con las cabras, “son unos animales duros, de montaña. Se necesita menos inversión de primeras y también gastan menos después”. Tampoco la leche o la carne que obtiene de ellas le da muchos beneficios. Pero lo justo para vivir. Y así es feliz.

La naturaleza y el mundo rural le proporcionan una sensación de cierta protección entre tanto caos que inunda las grandes ciudades del mundo. Incluso se siente privilegiado. “Si antes pasaban pocos coches por aquí ahora no pasa ninguno. Los vecinos tenían mucho miedo a que viniera gente de fuera, que alguno vino, pero se quedaron en sus casas y por suerte estamos todos bien. La alcaldesa se preocupa mucho por nosotros, llama casi a diario para saber que estamos bien y preguntar si necesitamos algo”.

Aunque también sabe que las ventajas son momentáneas, “el resto es restar y restar. Es difícil vivir sin cobertura, sin luz durante días si nieva mucho o en temporadas de tormentas...” Pero al final, el cómputo da siempre positivo para él. “Ojalá cuando todo esto pase la gente aprecie más las cosas que tienen valor. Que se den cuenta de que no todo es vivir en una ciudad. Que tiene sus cosas buenas, pero también sus inconvenientes. Y que se den ayudas o no, pero la gente vuelva a llenar los pueblos”, porque si algo ha aprendido en estas tres primeras semanas de cuarentena es que “los futbolistas son precindibles pero los agricultores y los ganaderos no”.

Al fin y al cabo, como él dice, “España es como una vaca, todos tiramos de la teta pero nadie le da de comer y de esta hay que salir entre todos. Toca arrimar el hombro y tirar para adelante”.

El coronavirus tampoco puede con la trashumancia de la provincia

La vida de Violeta Alegre también sigue su curso a pesar del coronavirus. No había visto una oveja en su vida hasta que con 18 años se casó con un pastor de cuna, hijo de pastores.

Cuando se quedó embarazada tuvo que elegir entre buscar una persona que cuidase de sus hijas, pequeñas, u otra que ayudase a su marido con el sustento familiar. “Al final fue más fácil encontrar quien atendiese a mis hijas mientras yo trabajaba, y no lo cambio por nada”, cuenta.

En 2013, firmaron la primera titularidad compartida, de su rebaño de 1.300 ovejas, en la provincia de León. Desde entonces se reparten las cabezas de ganado, las tareas y la cotización a la Seguridad Social a partes iguales. En los meses de otoño e invierno, mientras Gregorio, su marido, está en Soto de la Vega, con la mitad del rebaño, ella está en San Pelayo (Ayuntamiento de Villazala), con la otra mitad. Van todos los días a su casa a comer y a dormir. Pero con la llegada de la primavera hacen las maletas para irse juntos a Lago de Omaña, con el rebaño completo. Cuando las ovejas dan a luz la segunda paridera del año, Gregorio vuelve a casa con las ovejas a punto de dar a luz, y Violeta se queda con el resto para emprender el camino sola hacia los pastos de verano, a Abelgas de Luna, hasta septiembre, cuando vuelve también a casa.

“Andamos con miedo y preocupación, porque no podemos enfermarnos, pero realmente a nosotros la vida no nos ha cambiado en nada”, dice, justo antes de añadir que, “bueno... sí, en algo sí ha cambiado. Ahora no hay salida para nuestros productos”. Se queja, amargamente, de que las administraciones van despacio con las soluciones a un sector que está manteniendo a las ciudades. “Hablan de dar ayudas a los ganaderos que vendan la carne a los mataderos. No sé quién piensa cuando hacen las leyes o estas ayudas... Quien necesita las ayudas son precisamente los que no están pudiendo vender la carne porque nadie se la compra”.

Ayudas sobre las que se lleva semanas hablando pero no se acaban de poner negro sobre blanco, “¡y vete a saber cuándo se cobran!” La camada de corderos de febrero, “no se está vendiendo porque todo está cerrado”, pero es que para mediados de junio, principios de julio habrá una segunda. “Hay ganaderos que se van a juntar con 500 o 1.000 corderos”, y eso supone muchas pérdidas.

Pero prefiere quedarse con lo positivo. “La gente nos mira desde las ventanas de sus casas, donde están encerrados, con envidia. Tenemos una libertad que ellos no tienen pero me quita el sueño, me aterra de verdad, que mi marido o yo nos pongamos enfermos porque el rebaño hay que partirlo en dos y necesitaríamos que alguien nos echase una mano. El ganado tiene que salir a pacer al campo”.

En la lista de peticiones sólo destacaría una: que los ciudadanos les devuelvan el esfuerzo que están haciendo estos días por ellos y compren cabrito y cordero en las carnierías. Y a los intermediarios y los carniceros que pongan precios realistas, asequibles. “Saldremos de ésta y espero que salgamos más humanizados. Que veamos la vida de otra manera porque si el sector primario falla la comida no llega a los supermercados. Que no se vea más a los pueblos como algo secundario y a su gente como paletos. ¡Damos de comer a las ciudades!”

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