La ciencia lleva medio siglo protegiendo a la Tierra

El primer Día de la Tierra estuvo marcado por manifestaciones que se han repetido desde entonces en todo el mundo. / earthday.org

Adeline Marcos / SINC

El 22 de abril de 1970, 20 millones de personas tomaron las calles en ciudades y pueblos de EE UU. Liderados por el senador Gaylord Nelson y coordinados por el estudiante de 25 años del Harvard Kennedy School, Denis Hayes, cerca de 2.000 comunidades de todo el país secundaron manifestaciones —que llegaron a cerrar la Quinta Avenida de Nueva York—, asistieron a charlas y participaron en “limpiezas”. Sus voces se alzaron por una preocupación emergente: el impacto de la humanidad sobre el planeta.

Así nació el Día de la Tierra y con él, el movimiento medioambiental moderno. Hoy, medio siglo más tarde, más de 170 países se han unido a la protección del medioambiente. Aunque en aquel momento el bosque amazónico fijaba tres veces más carbono que ahora y el hielo ártico ocupaba más del doble de lo que llega a ocupar en este momento, la naturaleza sufrió en la década de los 60 varios acontecimientos que provocaron en parte la reacción ecologista.

“En EE UU, el derrame de petróleo de Santa Bárbara de 1969 fue claramente un momento catalítico”, cuenta a SINC Philippe Tortell, director del departamento de Ciencias de la Tierra, el Océano y la Atmósfera de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver (Canadá).

Con el Día de la Tierra nació el movimiento medioambiental moderno. Hoy, medio siglo más tarde, más de 170 países se han unido a la protección del medioambiente

En ese momento, se consideró el mayor vertido de la historia en aguas estadounidenses, cerca de la ciudad californiana de Santa Bárbara. Durante diez días se vertieron entre 13.000 y 16,000 m3 de crudo y se estima que unas 3.500 aves marinas perecieron, además de mamíferos marinos y peces. Cincuenta años después, solo le superan las catástrofes petrolíferas del Deepwater Horizon en 2010 y del Exxon Valdez en 1989.

Pero para Tortell, autor de un artículo de perspectiva publicado esta semana en la revista PNAS, hubo otro suceso anterior que marcó el camino hacia el ecologismo. Ese fue la publicación de Primavera Silenciosa, un libro de la escritora y bióloga marina Rachel Carson que se publicó en tres entregas en la revista The New Yorker en junio de 1962.

La científica pasó seis años documentándose para demostrar que los humanos estaban usando de manera indebida pesticidas químicos potentes y persistentes (conocidos como DDT) antes de conocer el alcance total de su daño potencial a toda la biota. Carson advirtió en su texto, considerado en la actualidad como uno de los libros de divulgación científica más influyentes de la historia, que los pesticidas perjudicaban el medioambiente, sobre todo a las aves, y llamó a la acción.

Ciencia para la salud humana y terrestre

La ciencia y la comunidad científica han desempeñado un papel esencial impulsando las transiciones sociales hacia una mayor sostenibilidad, sobre todo a partir del primer Día de la Tierra. “Aunque de alguna manera, sin saberlo, la ciencia ha creado algunos de los problemas ambientales como la producción de DDT, a finales de los años 60, ya estaba desenmarañando los daños potenciales de estos compuestos y documentando el deterioro de los sistemas naturales en todo el mundo”, señala el canadiense.

Un buen ejemplo del esfuerzo científico fue la creación a finales de la década de 1950 del Observatorio de Mauna Loa, localizado en el volcán que lleva su mismo nombre en Hawái, a 3.397 metros por encima del nivel del mar, lejos de la contaminación. Esta instalación de primer nivel ha monitorizado y recogido de forma continua datos sobre los cambios atmosféricos y ha examinado las tendencias a gran escala de las concentraciones de CO2 atmosférico.

Las observaciones pronto revelaron un aumento interanual de dióxido de carbono que se atribuyó a la quema de combustibles fósiles. Las mediciones de este observatorio y las de una red global de estaciones proporcionaron evidencia directa del impacto humanoen la atmósfera a escala global.

El aumento de CO2 atmosférico observado, junto a la información sobre las emisiones antropogénicas totales de carbono, mostraron también que el tamaño de los sumideros de dióxido de carbono terrestres y oceánicos, que resultaron ser significativamente mayores de lo esperado por Svante Arrhenius, el Premio Nobel de Química que predijo por primera vez el aumento de los niveles de CO2 atmosférico.

Hoy es el día en que tenemos que revisar nuestra salud con la mirada en el planeta y el medio ambiente, expone a Fernando Valladares

Unos meses antes de las primeras manifestaciones por la Tierra, los científicos fraguaron en clases y conferencias esa sensibilidad. Una de ellas fue el Simposio de Ecología Humana, organizado por el profesor de Salud Pública y ambientalista Morton Hilbert y el Servicio de Salud Pública de EE UU. En la asamblea, los expertos explicaron a los estudiantes los efectos del deterioro ambiental en la salud humana. Fue el primer paso hacia el Día de la Tierra.

“Es un mensaje muy potente pensar que el Día de la Tierra estaba profundamente influido por la salud humana, que es ahora mismo lo que más preocupa”, manifiesta a SINC Fernando Valladares, director del grupo de Ecología y Cambio Global en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC).

En plena crisis sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19, el ecólogo español tiene claro que “cuando la naturaleza no va bien, cuando hay menos especies, cuando hay contaminación o cambio climático, lo sufrimos en nuestra salud, en la mortalidad, morbilidad, etc.”.

A pesar de que hayan pasado cinco décadas desde aquel 22 de abril de 1970, en medio del confinamiento “no puede haber nada más actual”, opina Valladares. “Hoy es el día en que tenemos que revisar nuestra salud con la mirada en el planeta y el medio ambiente”, continúa.

Cinco décadas de éxitos y fracasos

El Día de la Tierra marcó un antes y un después en la percepción y la protección de la naturaleza. “Se introdujeron regulaciones radicales como la creación de la Agencia de Protección Ambiental de EE UU [que también cumple 50 años en 2020], la ley de especies en peligro de extinción y nuevas enmiendas a las leyes sobre aire y aguas limpio”, detalla Tortell.

Para el investigador, en el último medio siglo de protección ambiental, el mayor éxito ha sido el Protocolo de Montreal firmado en 1987, que permitió la eliminación de ciertos productos químicos sintéticos como los clorofluorocarbonos(CFC) que agotaron el ozono y provocaron un adelgazamiento de la capa.

Fueron los científicos Mario Molina y F. Sherwood Rowland quienes demostraron en 1974 en la revista Nature que estas sustancias se descomponían bajo los rayos UV en la estratosfera, liberando radicales libres que catalizaban la destrucción del ozono. Junto con Paul Crutzen, ganaron el premio Nobel de Química en 1995. Pero hasta los años 80 no se demostraría la evidencia directa de la destrucción de la capa de ozonorelacionada con los CFC a escala global.

Gracias a las mediciones satelitales dirigidas por el británico Joseph Farman en 1985 el agujero de ozono llegó a ser visible desde el espacio exterior. “Apareció como una herida abierta en el escudo protector de la Tierra, aumentando la cantidad de cáncer causado por la radiación UVB que llega a la superficie del planeta”, comenta Tortell en su artículo de PNAS.

A medida que pasaron los años, la celebración del Día de la Tierra fue cada vez más multitudinaria. En 1990 se hizo global. Ese año, más de 200 millones de personas se movilizaron en 100 países. Dos años más tarde, este movimiento mundial culminaría en la celebración de la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro (Brasil).

El agujero de la capa de ozono apareció como una herida abierta en el escudo protector de la Tierra, aumentando la cantidad de cáncer causado por la radiación UVB, comenta Tortell

“Fue la más emblemática y la que puso en marcha la mayor cantidad de proyectos y planes internacionales sobre biodiversidad y cambio climático. Y esta fue 22 años después del primer Día de la Tierra”, relata a SINC Valladares. Pero aunque este evento permitió nuevos tratados y compromisos legalmente vinculantes sobre medio ambiente, abordando la pobreza y los problemas de desarrollo, estos carecían de mecanismos de aplicación concretos, “a diferencia del protocolo de Montreal”, señala Tortell. Y esto, en última instancia, resultó ser una gran limitación.

“En las dos décadas siguientes, la promesa de Río nunca se materializó por completo, ya que las poderosas fuerzas mundiales desafiaron las aspiraciones mundiales del desarrollo sostenible”, escribe el investigador norteamericano. Las herramientas implementadas no se usaron en su máxima capacidad. “Teníamos intereses económicos miopes sobre la prosperidad y sostenibilidad a largo plazo”, indica a SINC.

Algo similar ocurrió con el Protocolo de Kioto en 1997, cuyo objetivo fue reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en países desarrollados y en desarrollo empleando el comercio internacional de emisiones. Aunque entró en vigor en 2005 y 192 estados miembro forman parte del acuerdo, no se articuló un marco de tiempo específico para frenar la brecha de emisiones permitidas.

“El Acuerdo de Kioto debería haber sido una historia de éxito, pero fue víctima de las circunstancias de su tiempo”, recalca Tortell. Pocos años después, el presidente de EE UU, George W. Bush, anunció que su país no ratificaría sus compromisos de Kioto, y otros pronto le siguieron. Esto marcó el final de una década de compromisos y progresos.

El cambio climático, el gran desafío

En el año 2020, lejos de las promesas de Río y Kioto, la realidad golpea aún con más fuerza. La pandemia de COVID-19, cuyos orígenes posiblemente se asocien a la pérdida de hábitat y al comercio ilegal de especies, no es más que una evidencia más de los profundos cambios antropogénicos que se han producido en el último medio siglo.

La crisis del coronavirus enmascara la otra gran emergencia a la que se enfrenta la humanidad a largo plazo: el cambio climático. “Hemos vivido de espaldas a los grandes problemas de origen ambiental. Ahora se nos acumulan”, subraya Valladares.

La crisis climática –que ya ha supuesto un aumento del 1,1 ºC de la temperatura media global desde niveles preindustriales– es el gran desafío porque repercute en todos los ámbitos y sectores, aunque también estemos en la sexta gran extinción. “La desaparición de especies no es despreciable”, añade el ecólogo español. Pero junto a estas emergencias, la pandemia ha puesto de manifiesto que la salud humana, ambiental y animal están conectadas.

Junto a la crisis climática y de biodiversidad, la pandemia ha puesto de manifiesto que la salud humana, ambiental y animal están conectadas

En una carta dirigida al secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, la organización BirdLife International ha pedido hoy, con motivo del Día de la Tierra, que se añada un Artículo 31 a la Declaración Universal de los Derechos Humanos para consagrar el derecho universal a un medio ambiente natural sano. De aceptarse esta petición, sería la primera vez que se añade un artículo desde su proclamación en 1948.

Con la alerta sanitaria se está demostrando que sí es posible actuar en función de las necesidades de las personas ante situaciones extremas en función de las evidencias científicas. Desde otra ONG, Amigos de la Tierra, que junto a Fridays for Future y 2020 Rebelión por el Clima, ha convocado una acción global por el clima el próximo viernes 24 de abril a las 22:00h, piden que la lucha climática no se ralentice y que se escuche a la ciudadanía y a la ciencia.

Porque la ciencia, por sí sola, no ha sido suficiente. “Como científicos, tal vez hemos sido demasiado tímidos para hablar de forma enérgica, o nos ha faltado claridad y elocuencia para transmitir nuestro mensaje. Quizás no hemos hecho lo suficiente para relacionarnos directamente con la sociedad”, lamenta Tortell.

Según el científico, solo con colaboraciones entre el derecho, la economía, la política y la sociedad civil, la ciencia podrá iluminar el camino hacia un cambio social que logre el equilibrio entre el crecimiento económico sostenible y la gestión inteligente de los recursos naturales.

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