Los ayos leoneses del infante Fernando, el emperador alemán tras Carlos V

Fernando (izq) y Carlos V en un detalle del cuadro 'Maximiliano Habsburgo y su familia' de Berhard Strigel.

Jesús María López de Uribe

A veces la Historia se cuenta desde el punto de vista que conviene, pero hay otros a tener en cuenta que pueden explicar mejor cualquier situación que la historia romanticista liberal de cuento del siglo XIX. En el caso de la Guerra de las Comunidades, de la que se cumplen este año cinco siglos, la cuestión de los comuneros leoneses venía políticamente más de lejos de lo que se cuenta hoy en día. Esta es la historia de cómo la familia noble leonesa de los Guzmanes pasa de casi tocar el cielo, educando al que creían que iba a ser el Rey de España, a caer –arrojando de paso a León– en el infierno de los comuneros.

El matrimonio entre Felipe de Habsburgo (el llamado el Hermoso) y la tercera hija de los reyes católicos, Juana (la que la historia llama con poca justicia la Loca), fue el detonante de una serie de movimientos políticos en España encaminados a conseguir el poder; en la que el segundo hijo de éstos, el infante Fernando, tuvo una importancia crucial.

Ojito derecho de Fernando el Católico, nació en Alcalá de Henares y su abuela Isabel determinó que se criara en España. Con lo que muchos vieron en él el próximo rey hispánico. Y una casa nobilísima leonesa, los Guzmanes –los eternos enemigos de los Quiñones cual Montescos y Capuletos– consiguieron la posición preponderante: Pedro Núñez de Guzmán fue elegido ayo del niño y su familia se encargó de su educación. Tuvo el mando sobre una corte propia para él en Burgos, que el rey católico visitaba con frecuencia.

Tras la muerte de Isabel la Católica en 1504, volvió Juana a gobernar España y Felipe el Hermoso quiso tomar el poder por su primacía como hombre y obligó a Fernando a retirarse en Aragón. A partir de ahí los Guzmanes comenzaron a enemistarse con el rey consorte Habsburgo. El que fuera luego preceptor de su segundo hijo fue “parte de la Casa y Corte del malogrado príncipe Juan (el hermano mayor de Juana), por orden expresa de la reina Isabel la Católica”, según la Academia de la Historia.

“El infante Fernando había sido propuesto en un primer momento por el Rey Católico para ocupar el trono, ya que se había educado en Castilla, pero el monarca aragonés cambió de opinión y prefirió asignarle futuro dentro de las Órdenes Militares, aunque ésta no sería la última decisión tomada en torno al futuro del príncipe”. El Guzmán aspiraba a la encomienda mayor de la Orden de Calatrava y al final conseguiría la de Alcántara, pese a haber sido ya sustituido como ayo de Fernando.

Ramiro Núñez de Guzmán, el 'fernandino'

Su hermano, Ramiro Núñez de Guzmán, hijo de Gonzalo de Guzmán y de María Osorio, señor del condado del Porma y de la villa de Toral, aprovechó la circunstancia para colocar a sus hijos junto al que podría haber sido Rey de España. Uno, Gonzalo Pérez de Guzmán, regidor de la ciudad de León, otro, Diego Núñez de Guzmán, obispo de Catania y uno de los educadores del príncipe y un tercero, Martín Pérez de Guzmán, estaba al servicio del rey Fernando el Católico.

“Se casó con María Juana de Quiñones, hija de Diego Fernández de Quiñones y de Juana Enríquez de Guzmán, y tía carnal, precisamente, de uno de sus más destacados enemigos: el tercer Conde de Luna, Francisco Fernández de Quiñones y Osorio”, cuenta la Academia de la Historia. Este matrimonio que intentaba unir a las dos familias enfrentadas desde hacía siglos dio lugar a circunstancias muy complejas que en el siglo XIX se resumieron de una forma bastante grotesca al definir a María de Quiñones como una leona de Castilla al defender el castillo de Toral de un largo asedio –con el objetivo principal, y único, de proteger la renta de sus hijos y su familia– e incluirla entre las más acérrimas comuneras sin más.

El partido fernandino

Ramiro Núñez de Guzmán fue un hombre muy movido, que llegó a ser desterrado a Portugal por ofender a la reina Isabel y luego salvó al rey luso de una revuelta contra él; lo que hizo que se le perdonara en la Corte de Castilla, de León y de Aragón. Pero gracias al ascendiente de su hermano pronto contó con el apoyo del rey regente, Fernando el Católico, y llegó a ser embajador en Génova, entre 1513 y 1514.

“El apoyo de los Guzmanes de León al infante Fernando fue total, de la misma forma que lo era su oposición al bando flamenco de Felipe el Hermoso, y posteriormente al heredero Carlos; pese a los intentos de éste por atraer a la influyente familia a su causa. Al servicio de Enrique IV de Castilla, la familia Guzmán era apreciada por sus vasallos montañeses, y al igual que el resto de la nobleza jurisdiccional leonesa intentó situarse y ganar poder en la ciudad de León, donde mantuvieron un temprano enfrentamiento con la familia de los Quiñones, condes de Luna”, cuenta la Academia de la Historia.

“A su regreso a León y como regidor de la ciudad, se manifestó claramente a favor de la opción de Fernando frente a la de su hermano Carlos, además de emprender una cruzada en contra de los partidarios de éste en la ciudad”, afirman los académicos. De 1512 a 1516 fue el el cénit de los Guzmanes, ya que el infante Fernando fue investido como regente en Castilla en un testamento, reservándose el maestrzgo de las ricas órdenes militares hispanas que Pedro Núñez de Guzmán quería controlar. Fernando el Católico mostraba así su preocupación de que Carlos, educado en Flandes, gobernara desde sus dominios borgoñones y veía a Fernando como el nieto que había criado en los reinos hispanos. Todos creían que sería el futuro rey de Castilla, León, Navarra y Aragón.

Los Guzmanes, del cielo al infierno

Pero en contra de lo que todos pensaban, “en su testamento, el Rey Católico benefició al futuro Carlos I de España y V de Alemania y no a su hermano Fernando, tras consultarlo con el Consejo Real”. Esta decisión no se comunicó al príncipe Fernando que por aquellas fechas y en compañía de su ayo, Pedro Núñez, se encontraba en Guadalupe. Y Fernando terminó yéndose de España a los Países Bajos, para no volver jamás.

La historiografía española ha identificado la corte de Fernando como un protopartido comunero, pero más bien serían el Partido Fernandino que se revolvió porque Carlos los acusó de malversar los fondos del infante, así como de desacato a su persona; con lo que, pese a las quejas del joven Fernando, su séquito fue dispersado y él mismo puesto bajo guardias leales a su hermano en Aranda. Carlos aisló así a su hermano, rozando el maltrato, y los del partido fernandista se enfrentaron a él.

Ante la llegada del joven Carlos y a raíz de los sucesos ocurridos, Ramiro Núñez de Guzmán se opuso a la Administración de Adriano de Utrech, por haber pertenecido al partido fernandino. “El Rey don Carlos era aborrecido de muchos, y el Infante su hermano, amado de todos, al cual tenían por Príncipe natural y a su hermano por Rey extranjero”, explicaba el cronista Alonso de Santa Cruz a la muerte de Fernando el Católico en 1516. Carlos I llegó a España en septiembre de 1517 y se encontró con Fernando en Mojados. El infante hizo acto de presencia con un fuerte contingente de soldados y acompañado de un nutrido grupo de nobles... pero cuando parecía que la cosa se iba a complicar, terminó arrodillándose ante su hermano. Éste le ofreció el Toisón de Oro, pero su abuelo, Maximiliano de Habsburgo, aconsejó que Fernando saliera de España.

Así, los dos hermanos se educaron uno en el norte y otro en el sur y terminaron viviendo una suerte de 'tú a Valladolid y yo a Bruselas' que duraría para toda la vida. El caso es que Ramiro Núñez de Guzmán se quedó compuesto y sin poder. Enfrentado también a Carlos, porque era un claro componente fernandino. ¿Y cómo recuperarlo? Pues liándola políticamente en su ciudad, aumentando su posición y liderazgo en el Regimiento (como se llamaba al Ayuntamiento entonces) y el Cabildo Catedralicio leonés para unirlos convenientemente a la causa comunera, y conseguir así sus objetivos políticos frustrados por la marcha del infante Fernando.

Una alianza de conveniencia que al final le arrastró a tener un grave enfrentamiento con los Quiñones. Después de haber derrotado en escaramuzas guerreras al conde de Luna, en agosto de 1520, Ramiro consigue que los leoneses se declaren comuneros comprometidos... a excepción del alcaide de las Torres. Es decir, que no controlaba la muralla de la ciudad. Y tampoco la provincia, ya que las demás ciudades y villas navegaron políticamente entre la marejada y no llegaron a apoyar decididamente su bando. La provincia de León no era tan comunera como se pretende hoy en día, sino que una familia noble usaba su ciudad más importante para recuperar su influencia perdida.

La derrota que hizo perder los fueros a León

Sus ansias de recuperar el terreno perdido lo volvieron a enfrentar la familia de su esposa y la derrota en el conflicto le costó en 1521 (a él y a sus hijos) salir huyendo a Portugal. Es decir, ser defenestrados socialmente por haber intentado un “quítate tú que me pongo yo”, eliminando del tablero político a la familia rival que apoyaba al rey flamenco con engaños al pueblo y a la ciudad de León; que perdió sus fueros y privilegios tras la aventura comunera en la que la embarcó con el único fin de recuperar el espacio perdido tras la marcha del infante Fernando y fastidiar a sus enemigos históricos.

Todo esto, que viene de muchos años atrás, indica una forma bien distinta de entender la Guerra de las Comunidades, lejos de esa interpretación de que fue la primera revolución burguesa –con permiso del Sahagún de los siglos XII y XIII, o la revuelta de las Germanías que comenzó en 1519, por ejemplo– o la decimonónica romanticista de que fue la primera liberal, que hasta los propios liberales denostan hoy en día con fuerza.

Si León fue comunera fue por el ansia de Ramiro Núñez de Guzmán de conservar el poder, arrebatárselo a sus enemigos y fastidiar al joven rey Carlos, por todo lo que había hecho para apartarlos de su protegido que esperaba que sí se lo hubiera garantizado.

De haber sido el monarca Fernando, la cosa quizás hubiera cambiado mucho y nunca hubiera existido ese movimiento comunero que azuzaron aquellos nobles que perdieron la oportunidad de mandar sobre los otros cuando le obligaron a irse de España. Y León no habría perdido sus fueros pioneros –que iniciaron el rico sistema foral que Carlos V fulminó–, que entonces cumplían (ironías de la vida) los mismos 500 años que cumple hoy la Guerra de las Comunidades.

Una explicación mucho más factible que los cuentos romanticones del siglo XIX que se siguen vendiendo con enormes cantidades dinero público a día de hoy, incluso con adoctrimanientos propios del procés indepe en la Cataluña de hoy en día haciendo jurar a niños zamoranos “por Castilla”. Llamar 'El tiempo de la libertad' a una celebración de una derrota provocada por unos nobles que utilizaron al pueblo para conseguir sus fines, indica lo alambicada que puede llegar a ser la versión de los Comuneros decimonónica en la que se basa la actual financiada por la Fundación de Castilla y León.

Fernando, emperador de Austria

Fernando de Habsburgo, nacido en Alcalá de Henares se crió con el español como lengua materna y no aprendería el idioma alemán de sus futuros súbditos hasta ser mayor. Entre sus maestros estuvo otro leonés, el dominico Álvaro Osorio, que luego sería obispo de Astorga. Tras su salida de España fue trasladado a los territorios de su abuelo, allí donde se crió su hermano mayor Carlos.

Esto ocurrió porque los allegados a Fernando el Católico temían que se dividieran los reinos o algo peor: que el infante, demasiado joven aún para reinar, pudiera convertirse en una amenaza para su hermano y éste intentara acabar con él; volviendo las guerras civiles de la nobleza de los dos siglos anteriores que asolaron la corona castellana y leonesa.

El joven conservó muchas tradiciones españolas, sobre todo la monta a caballo. Se interesó por la artillería, afición que compartía con su abuelo aragonés, y a lo largo de los años se fue encargando de gobernar Austria como archiduque y luego fue rey de Bohemia y Hungría. Cansado su hermano Carlos de tanta batalla política (y en el terreno), le cedió el puesto de Emperador en 1555 cuando se retiró, aunque no logró ser coronado hasta 1558.

En aquellos tiempos los Guzmanes ya hacía más de veinticinco años que habían conseguido el perdón real: en 1532 Carlos V ordenó devolver bienes confiscados a la familia encabezada por Martín Núñez de Guzmán, previo pago de las correspondientes indemnizaciones a los compradores. Pero, aunque iniciaron la construcción del actual palacio de la Diputación en 1559 terminaron abandonando la provincia de León dominada por los Quiñones (los del Palacio del Conde Luna), sus grandes enemigos.

Eso sí, cuando llegaron a la nueva Corte de Madrid pudieron mover sus hilos como antiguos preceptores de todo un Emperador de Alemania: Fernando, el que no fue rey de España pero fundó la rama austriaca de lo que terminó siendo el imperio astrohúngaro. Y prosperaron, no hay que olvidar que uno de los más famosos descendientes de los Guzmanes leoneses fue el valido del Rey Felipe IV sesenta años después: el Conde Duque de Olivares.

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