El coronavirus condiciona las tradicionales tertulias al fresco en la calle este verano

Vecinos de la plaza Gran Capitán de Trobajo del Camino disfrutando del fresco

Elisabet Alba

Cuando el sol se esconde por el barrio de Pinilla, los vecinos del entorno de la plaza Gran Capitán de Trobajo del Camino (San Andrés del Rabanedo) salen de sus casas para respirar un poco de aire fresco. El verano leonés es caluroso y seco por el día, pero suave por las tardes-noches, y esos pequeños respiros de la climatología hay que aprovecharlos.

Los meses de confinamiento fueron largos. La soledad de la vivienda, la incertidumbre ante lo que estaba pasando y lo que vendrá y el miedo al contagio por coronavirus marcaron las vidas de los más mayores de la pedanía leonesa. Unos sentimientos que se les han quedado clavados en la memoria y en el alma y que salen a airear y a exponer a la luz natural cada tarde. Porque los malos ratos son menos malos ratos si se comparten. Y los buenos ratos... ¡Ay, si no fuera por los buenos ratos!

Blanca, Isabel, Asunción, María, María Celina, José, Joaquín, y casi cualquiera que se quiera unir a ellos, conforman un grupo en el que el más joven hace tiempo que disfruta de la jubilación y la más veterana aún recuerda los cantares populares leoneses y toca la pandereta, a los 97 años. Cada uno de un pueblo de la provincia, pero a los que las circunstancias han hecho coincidir en Gran Capitán y los años han forjado una amistad, convirtiéndose casi en familia.

Las semanas de llamadas y videollamadas han quedado atrás y por fin pueden disfrutar del verano juntos en la plaza, aunque a dos metros de distancia, con mascarillas y cada uno con la silla de su casa a cuestas. Y es que Trobajo del Camino tiene lo mejor de dos mundos: de la ciudad y del rural. Los servicios y el afecto de aquellos a quienes ves todos los días y no sólo saludas con un 'Buenos días' o 'Buenas tardes', sino que te detienes a preocuparte qué tal está, qué tal sus hijos y sus nietos y con los que arreglas el mundo. Donde tienes la confianza de acercarte a la terraza del bar de al lado a coger más sillas si las que hay no alcanzan para todos. Porque en los bancos de la plaza sólo se pueden sentar dos personas, una a cada extremo, y el resto alrededor formando un círculo: 'No, no. Los tres en el banco no', se riñen cuando los más rebeldes quieren burlar la distancia social.

Y una vez que todos han tomado posición dejan discurrir las horas, los días, los meses y los años hablando de sus cosas, de lo que verdaderamente les importa. Se cuentan chistes, alaban lo buenos que han salido los tomates este año que 'están riquísimos. ¡Se puede comer la piel y todo! No como los que compras aquí, que están duros y tienes que pelarlos', 'Esta tarde estuve en el pueblo. Salí a dar un paseo en bici. Ya te traeré unas pastas la próxima vez que vaya', 'Yo el conejo lo aderezo con tomillo, que se queda más jugoso que con orégano o cualquier otra cosa'... Y las conversaciones se solapan, se cortan unas a otras y se pasa la vida.

El reloj de La Anunciata o el hambre marcan el final de la reunión. 'Ahora a cenar, a ver un rato la tele, ¡y ya tenemos el día hecho!' Hay días que la sobremesa también se traslada a la plaza, mientras los niños juegan sin miedo al tráfico, y languidece el tiempo hasta que las temperaturas descienden lo suficiente como para poder volver a casa y dormir a pierna suelta o hasta que el cuerpo aguante. Porque el coronavirus les ha quitado ya muchas cosas, los abrazos y los besos, el piel con piel, pero no ha podido con su costumbre de encontrarse al final de cada día en su plaza.

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