León, esa amenaza a la unidad nacional

Manifestación multitudinaria del 16F por el futuro de León

José Luis Prieto Arroyo

Para algunos, incluso a la fraternidad universal, los derechos del hombre y el libre mercado. Cierto que ante asuntos como el derecho al autogobierno del pueblo leonés (y del castellano), en igualdad de condiciones que el resto de pueblos de España, se pueden exhibir las mejores razones de las que uno crea disponer para defender una posición u otra, pero lo que no se puede (no se debería) hacer es ofender la inteligencia de las personas apelando a cierta clase de “argumentos”.

Se puede recurrir a la Filosofía, a la Psicología, a la Antropología, a la Historia, a la Economía, a la Geografía..., para tratar de avalar diferentes posiciones sobre el asunto. Incluso, tampoco habría que enfadarse si alguien lo hiciera desde la Astrología: “leoneses, sigan dejándose atropellar otros cuarenta años, que los astros, hasta la consumación de los siglos, dicen que sus justas reivindicaciones siempre serán inoportunas. Declinen toda esperanza, porque las estrellas están y eternamente estarán confabuladas con la Comunidad histórica de la Cuenca del Duero”. Sin embargo, lo que no es tolerable es que ante un asunto de la seriedad y gravedad de la conculcación de los derechos de un pueblo se utilice la mofa, la ironía estúpida y una soberbia infantiloide que ni desde la ignorancia irresponsable se pueden justificar.

Puede entenderse, también, que los políticos, para defender sus intereses personales y de partido (o los de aquellos a quienes han resuelto servir), recurran a todo tipo de artimañas, amenazas, chantajes incluso a sus correligionarios, etc.; al fin y al cabo, en eso han convertido la política. Fueron prácticas como esas las que nos metieron en el conglomerado castellano-leonés; así que no nos rasguemos las vestiduras, si hoy se recurre a ellas para impedir que salgamos de él. Se dice que el alcalde socialista de León no llevaba en su programa electoral aquello que aprobó en el Pleno del 27D, 2019; pero ¿es que los partidos que nos metieron en el conglomerado llevaban, en uno solo de los programas electorales con los que concurrieron a todas y cada una de las elecciones, ya fueran Generales, Autonómicas o Municipales, previas al Estatuto de 1983, la incorporación de León a Castilla La Rota?

Para algunos, la identidad leonesa es un asunto de paletos; para los más doctos, una cuestión metafísica. A unos y otros les recomiendo que lean el capítulo, “La identidad estatutaria”, de mi libro España necesita un nuevo Estado. En él analizo cómo es tratado el asunto de la identidad en los Estatutos de C-L (1983) y de CyL (2007). Eso sí que es metafísica de paletos.

En alguna ocasión he dicho -y mantengo- que todo el esfuerzo que exhiben quienes se empeñan en desacreditar este movimiento de los leoneses en su justa lucha por tener lo que a otros se les concedió por el mero hecho de ser vascos, catalanes, andaluces, extremeños..., ha de ser bienvenido, porque no es necesario recurrir al aikido para que se vuelva contra ellos: se desacreditan solos. No obstante, una tipología de pretendidos intelectuales ha visto en este asunto una ocasión propicia para desempolvar sus plumas y, a la manera de alféreces de cruzadas esencialistas, ponerse a abanderar la causa de la fraternal unidad de la raza humana. Unos van disfrazados de “internacionalistas”, otros de simples “unionistas”, otros de “universalistas”, “antiseparatistas”, “desmitificadores de viejos reinos”, etc. A la misma tipología pertenece la familia de los radicales y exclusivos defensores de los servicios sociales, los proempleo-antimiseria, pensiones dignas, jubilación a los 60, salario mínimo interprofesional justo, unidad de mercado, etc., etc. Acaso desde su propio insight metafísico, algún docto profesor, pulverizador de “cunas del parlamentarismo”, prohombre de la causa obrera y de la igualdad entre los españoles, nos ha dicho cómo deben plantearse estas cosas, ignorando que cualquier planteamiento debe comenzar por la pertinente información.

Parece ser que el autogobierno leonés no solo atentaría contra el empleo-antimiseria, las pensiones dignas, los servicios sociales..., de ellos mismos y de toda España, sino que se constituiría en un muro insalvable para la unidad y la necesaria estabilidad de lo español en lo universal, un soberano zarpazo a los Tratados internacionales. Porque el leonés, cuando reivindica, es un hostil-supremacista-promotor de la discordia. Pero ¡cómo se puede ser tan perverso!, ¡cómo se puede subvertir el sentido profundo de lo que está ocurriendo en las provincias leonesas! ¡A ver si nos enteramos de qué va esta jodida vaina!

Y no va de otra cosa que del modelo de Estado que pactaron los ilustres políticos de la Transición, con el rey Juan Carlos I haciendo de Gran Muñidor. Un modelo político basado en una norma jurídica, la Constitución de 1978 (CE78), que fue una carta otorgada, cuajada -no me canso de repetir- de excepcionalidades, incongruencias, notorias insuficiencias, obvias deficiencias...; pero, sobre todo, con un Título VIII (modelo territorial) infumable, al que expertos juristas calificaron de desastre sin paliativos. A la CE78 le sucedió un proceso autonómico que solo se podía corresponder con el fruto de esas excepcionalidades, incongruencias, etc., eso que algunos juristas han llamado “desconstitucionalización” del propio Estado, con unos Estatutos con normas de “exorbitancia” constitucional, otros apoyados en Leyes Orgánicas claramente inconstitucionales, y, en el caso de los llamados Estatutos reformados, claramente paraconstitucionales. Pero a los leoneses, por su condición de paletos con identidad metafísica, se nos negó un sencillo Estatuto constitucional.

Por si esto fuera poco, la partitocracia leonesa se entregó sin apenas rechistar en los brazos del caciquismo más genuino, tanto de interés estrictamente personal -caso de esa vergüenza patria llamada Martín Villa, cuya indecencia política todavía le permite salir a escena a defender aquella farsa de 1980- como de partido -caso de los socialistas leoneses que no supieron o no quisieron oponerse a las órdenes de los mandarines sevillanos, salvo honrosas excepciones que se enfrentaron a sus amenazas de expulsión del partido y del cargo (que entonces comportaba). A ello sucedieron unos inefables Pactos Autonómicos en 1981 que no fueron otra cosa que la formalización de los acuerdos habidos con anterioridad entre socialistas y ucedistas con motivo del fiasco de Almería en el conocido como Caso andaluz, referido a la legalización de su Referéndum de Iniciativa Autonómica de 1980, cuya cuadragésima efeméride celebraremos el próximo 28 de febrero.

Y claro que entonces hubo argumentos como los que hoy se esgrimen, tanto de la categoría separatista (incluso antes de la forzosa unión de León con lo que quedaba de Castilla, llegaron a acusar a los representantes leoneses, que no la querían, de fomentar la desunión), como de la gama internacionalista (como ciertos izquierdistas socialistas y comunistas sostenían, apelando a la confraternización de los pobres unidos, cuando en realidad habían hecho un cálculo puramente electoralista que les aconsejaba la formación del conglomerado). Y no importó contravenir la voluntad del pueblo leonés que claramente rechazaba esa forzosa unión. Como tampoco importó romper la unión que sí debió permanecer, como era el caso de Castilla la Vieja, que la desguazaron en tres comunidades autónomas. Esa unión rota no era un atentado contra el internacionalismo ni contra el separatismo, pues era fruto de la partitocracia que la bendijo. Eso que, hoy, también bendicen aparatos de partidos estatales, chulapinas autonómicas y doctos profesores.

Pero si hay algo conmovedor en este triste asunto es que, en lugar de esforzarse por sacar adelante una Comunidad Autónoma artificiosa e injustificable, esos mismos que la crearon a sabiendas de su insostenibilidad no han venido haciendo otra cosa durante cuarenta años que fomentarla, actuando sistemáticamente contra los intereses del pueblo leonés -eso que llaman victimismo para tapar sus vergüenzas-, al que ahora se le exige unidad y universalidad por las mismas fraudulentas razones de Estado de entonces y que hoy su mera evocación mueve a la total irrisión, pero que pone hieráticos y muy serios a unionistas defensores de los intereses y privilegios que esa misma unión les entregó.

Conceder el autogobierno al conglomerado castellano-leonés que resultó de aquella nefasta combinación de intereses personalistas y partitocráticos fue un atropello histórico de colosal magnitud, pues supuso la flagrante violación de los derechos de leoneses y de castellanos, dos de los grandes pueblos constructores de la nación española. Hoy, de lo que se trata es de enmendar tamaño error. Déjense de repetir las patrañas de entonces y ayuden a los leoneses (también a los castellanos) a que tengan un empleo dignamente remunerado, unas pensiones que no sean de mera supervivencia o acceder a una jubilación cuando todavía se goza de salud para disfrutarla; pero, sobre todo, a que los jóvenes no tengan que abandonar su tierra para sobrevivir. Es obvio que, desde Valladolid, unos y otros, de izquierda o de derecha, no han sabido o no han querido hacerlo; pero no es esa la razón de fondo, como algunos ahora pretenden, echándole toda la culpa a las administraciones ejercidas por sus adversarios, a la par que proponen mesas engañosas que -al tiempo- solo pretenden el mantenimiento del statu quo y entretenernos mientras esperan a que esto se desinfle. ¡Claro que hay que estar en ellas!, pero no para hacer el juego a los copartícipes de la situación en la que estamos, sino para defender la verdadera razón de nuestra presencia, cual reside en que, ricos o pobres, con acierto mayor o menor, hemos decidido hacernos cargo de nuestros servicios sociales, de la promoción de nuestros productos, de la defensa de nuestro patrimonio cultural y material, así como de nuestro capital territorial, ordenación del territorio, protección medioambiental...; es decir, del futuro que nos secuestraron hace cuarenta años y que hoy, como ayer, pasa por el Autogobierno leonés. Nada más y nada menos que lo que hace el resto de pueblos de España, a los que no se les acusa ni de separatistas ni de localistas ni de oportunistas ni de victimistas ni de paletos anclados en el medievo ni de otras bobadas por el estilo.

José Luis Prieto Arroyo, profesor universitario y escritor

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