El matriarcado leonés demuestra una vez más su vigencia y vigor en la supervivencia del mundo rural

Las galardonadas en los Premios de la Mujer Rural.

Luis Álvarez

El fallo de los premios mujer rural de la Diputación Provincial de León en las modalidades de 'Arroba', 'Raíces' y 'Madreña' ha dejado una sensación de reconocimiento y distinción en la montaña occidental leonesa, al recibir dos lacianiegas los galardones, de dos de las tres modalidades. En la tercera modalidad el premio llena de orgullo al municipio de Villafranca del Bierzo, una de cuyas vecinas ha obtenido la otra distinción.

Como ellas mismas reconocen, “seguro que de las propuestas presentadas todas tenían méritos para recibir el premio”, aceptando la suerte o los méritos, si tocan, de ser ellas las agraciadas. Es un tipo de eventos o actividades que realmente dan valor de la calidad social y humana a las instituciones, la Diputación de León en este caso. Y que ensalzan de esta forma la labor callada y abnegada de ciudadanos anónimos, para la mayoría, pero con una importancia trascendental para la calidad y el desarrollo de nuestra colectividad.

Tres mujeres de vidas divergentes, pero al final como veremos, complementarias, indispensables entre si para conformar lo que ahora somos. Maria del Pilar González, que no necesitó discriminación positiva para demostrar su valía científica y profesional, que la han llevado a las cotas más altas a nivel nacional e internacional solo con el aval de su doctorado y su buen hacer profesional. Y Elisa González, trabajadora a niveles impensables hoy en día, “trabajé como una bestia que diría mi padre, sin horarios, sin medida”, sin nada más que su fuerza bruta y su capacidad física. Amante, esposa, madre, abuela y ya también bisabuela, que a sus miembros del clan familiar aún es capaz de “controlar”. E Isabel Pereira, la más joven de las tres, llena de vitalidad, que dirige la bodega Castro Ventosa, con la misma mano y carácter firme con que asumió el sacar a la familia adelante en los años donde más les castigó la vida, y que disfruta hoy viendo a sus tres hijos con la vida “bien encaminada”, para poder disfrutar “de los buenos momentos que en ocasiones podemos vivir”.

Estos premios, que promueve la Diputación Provincial, pretenden dar valor a estas vidas ejemplares, que nos dejan razones para pensar seriamente si no sería conveniente de vez en cuando sentarnos a escuchar a estas personas y valorar la posibilidad de hacer caso a sus “consejas”, quizá lográsemos con esa mínima atención mejorar nuestras conductas y actitudes presentes ante la vida. Los ayuntamientos o instituciones promueven las candidaturas como hicieron los de Villablino y Villafranca, recogiendo la agradable sorpresa de dos premios “inesperados” según reconocía la concejal Olga Dolores en Villablino, y con la misma sensación grata en Villafranca, que además acoge la entrega de los galardones en su vetusto teatro municipal.

Te pones a charlar con mujeres de esta enorme entidad humana y terminas divagando hablando de lo bueno y de lo malo, de lo que es o lo que pudo ser, pero no fue. Al final, con las tres por separado, hubo una coincidencia elemental, “lo maravilloso que es vivir”, me comentaba Elisa “la verdad es que tengo mucha pena en el corazón desde hace tres años que murió mi marido, Carlos”, para ella el comunicarle el premio fue una “gran alegría”, es como si le hubiesen dado un complemento vitamínico “para seguir teniendo ganas de vivir, me ha aliviado un poco ese pesar”. Para Maria del Pilar lo mismo, “la vida es demasiado maravillosa como para no disfrutarla”, tanto antes en la vida laboral “como ahora ya jubilada en el día a día, es un gozo vivir”. Isabel coincide en lo esencial, lo bueno de la vida, “aunque por el camino te deja heridas profundas cuyas huellas son imborrables”, lo más dura siempre viene representado por las perdidos de los seres queridos. Un entusiasmo por la vida, que en nada tendrían que envidiar a las premuras juveniles de nuestros hijos y nietos, un degustar la vida con reposo, y saboreando con regusto cada pequeño sorbo que se nos ofrece.

María del Pilar González, premio “Raices”

María del Pilar González nació en Villablino en 1938, donde permaneció hasta terminar el bachillerato en el Colegio de Nuestra Señora de Carrasconte. Se trasladó a Madrid y finalizó los estudios de Farmacia y obtuvo el doctorado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Su trayectoria profesional es prodigiosa, becada en la Fundación Jiménez Díaz, profundiza en su labor de investigación. De ahí al hospital La Paz de Madrid, por oposición como adjunto al laboratorio de análisis clínicos, después de varios procesos de responsabilidad profesional acaba siendo nombrada subdirectora de servicios sociales del Hospital de La Paz.

Ahí aparece una persona, María de los Angeles Amador, ministra de sanidad (1993-1996) por aquel entonces del gobierno de Felipe González. Aunque parezca increíble, ya había ministras en el siglo pasado y una mujer mandaba más en La Paz en tiempos de Franco, que el noventa y tantos por ciento de los hombres del hospital. Y la convence para sumir la Dirección General de Farmacia y Productos Sanitarios, “estuvo bien, pero es un mundo que no es el mío, complejo”, por eso cuando volvió a lo suyo a la investigación en La Paz, se sintió aliviada y con nuevas ganas de reemprender su trabajo de siempre. Vivió los años de las modificaciones de la investigación, con nuevos métodos, más mecanizados, complejos, ella que había empezado con lo elemental, las probetas y pipetas de laboratorio.

Viajes de formación a Italia para tomar referencias, reencuentro en casa, modificación de los sistemas, mejoras, trabajo especial en marcadores tumorales. Sería muy complejo definir su trayectoria profesional sin entrar en tecnicismos. Una vida dedicada a la ciencia, a ser persona, “tenia fama de dura y estricta” entre sus empleados, llego a tener a 80 en laboratorios bajo su responsabilidad, “trataba de controlar las cosas, el material, el trabajo y todo lo inherente a él, relaciones sociales, humanidad y comprensión, con los que se acercaban a nosotros en busca de ayuda”. Cuenta una anécdota, “una compañera de laboratorio me comentó un día que una celadora me veía marchar todos los días entre las 7 y los 8 de la tarde, y que estaba indignadísima porque no cumplía en horario de tarde hasta las 10 de la noche”, solo tuvo que explicarle a la celadora que esa mujer que marchaba a las 7 o las 8 de la tarde, llegaba al hospital antes de las ocho de la mañana.

Ese fue su matrimonio, su vida profesional, ella asegura que no, pero que tampoco nunca se lo planteó. “decidí que lo que me gustaba y satisfacía era mi trabajo de investigación”, y así lo hizo, dedicó su vida en cuerpo y alma a ello. La jubilación le permite ahora largas temporadas en Laciana acompañadas de otras en Madrid. Conversadora amena, es de esas personas que conoces casi de siempre, del supermercado, del paseo, a la que saludas cotidianamente y de repente un día te enteras de su currículo vital, parece que la miras a partir de ahí de otra forma, con otro respeto, sin embargo ella sigue siendo la misma, la del supermercado o la del paseo, saludándote con la misma sonrisa.

Elisa Gómez, premio 'Madreña'

Elisa nació en Caboalles de Abajo el día de San Pedro del año 1933. Su vida fue áspera, con cuatro años queda huérfana de padre, “lo mataron en la guerra”, sin apostillas. Cuatro años después muere su madre y su abuela materna cuida y cría a las dos hermanas, en la casa que ella ocupa ahora. Son años de miseria, hambre, necesidad. La abuela tenía la casa empeñada y para levantar la losa hubo que vender lo poco que tenían como fincas, animales y acoger inquilinos.

Con 13 años se va con unos parientes para Madrid, donde se pone a servir en casas de la capital; lo bueno que sacó de esto “allí aprendí a ser persona, como lo he seguido siendo hasta hoy”. Solo un año “con lo que gané me compre ropa, había ido sin nada, y me pagué el viaje de regreso”.

Volvió a la casa de su abuela, “enseguida me puse a servir en diferentes casas del pueblo y así estuve hasta los 20 años”, trabajando de ocho de la mañana a 12 de la noche, “en lo que me mandaban, labores de casa, del campo, de los animales, haciendo sanmartinos, me hice buena mondonguera”. De esa época cuenta una “travesura que le hicieron”, y advierte con cara de benevolencia “esto no es para que lo escribas”. Elisa, lo que pasa es que no te debes fiar mucho de los de la prensa, pero yo creo que debo contarlo, atendiendo a la ley de protección de datos. En una casa, para facilitarle que no anduviese con dinero, se ofrecieron a abrirle una libreta en el banco e ingresarle en ella las 15 pesetas mensuales que le pagaban, después de tres años de servicios, la libreta nunca apareció, ni incluso hoy.

Luego llegó el matrimonio, después de tres años de noviazgo, a los 20 años se casó, vivió unos años en la casa de su suegra y cuando su marido entró en la mina, poco después se fueron a vivir en la casa de la abuela. 62 años de matrimonio han dejado un rastro imborrable en Elisa: 8 hijos, 13 nietos, 6 biznietos, 4 yernos y 2 nueras. Todo lo tiene controlado y sigue siendo el alma del clan, como reconoce su hija Nieves, “si, si controla aún”. Es muy bueno, como narra su enamoramiento del hombre de su vida, “iba llevando un carro de abono para Ferrera y desde la ventana que lo ví junto a la tía Encarnación”, dije “tía, mire que mozo más guapo” y ella le contestó “chacha, la verdad que lo es”. El sábado en el baile, Elisa decidió quien iba a ser el hombre para compartir su vida.

El matrimonio no fue una liberación del trabajo, si acaso redoblo labores, los hijos, la casa, la huerta, los animales. En el año 1969 se les hundió parte de la casa por un derrabe en el pozo María de MSP, al lado del que se encuentra.

No obstante, nunca las dificultades fueron suficientes para detener su marcha y sus ganas de vivir. Trabajó durante 15 años para MSP como limpiadora, en las oficinas, los cuartos de aseo, en las residencias. Al menos como ella dice “ahora tengo mi retirín”. Ella hace un resumen simple de su vida, “trabajar, trabajar, criar a mis hijos, cosas de las que estoy muy orgullosa, y he sido muy feliz, como lo sigo siendo con ese dolor de corazón por quien ya no está conmigo”.

Las dos tienen otra coincidencia vital, que consideran muy importante para ellas, sus convicciones religiosas, que no saben como pero creen que les ayudan a ser un poco mejor personas cada día.

Isabel Pereira Martínez, premio 'Arroba'

Nacida en Barjas en 1944, se trasladó con sus padres a Valtuille de Abajo con 14 años, junto a toda su familia. Aquí fue en lugar vital de su existencia, “trabajando siempre”, en las viñas, en el campo, en casa, y en muchas ocasiones para fuera. El matrimonio con José y los tres hijos llegaron algo más tarde, en 1963, fueron unos buenos años “de mucho trabajo pero compartido”.

Uno de los reveses más duros, aún se le quiebra la voz cuando lo recuerda, fue la muerte de dos de sus seres queridos de la misma forma, el primero su marido asfixiado en una bodega sin ventilación y la de una de sus nietas por la misma causa. La primera hace ya 27 años y la segunda hace tan solo cuatro, llega el momento de tragar saliva, de que se le humedezcan los ojos y seguir narrando su trayectoria vital, “siempre hay que seguir, hay tantas cosas para hacer”.

Seguir es la palabra clave, “cuando murió mi marido, había que sacar la familia adelante”, los tres hijos tenían 16, 14 y 8 años respectivamente. “Me ayudaron mucho dos cuñados solteros, tengo que reconocérselo” y además había que seguir con las viñas, “Casi todos los años íbamos comprando algunas viñas, poco a poco, el año que no había operación, parecía que faltaba algo”. Hasta conseguir reunir algo más de medio centenar de hectáreas, que hoy son el patrimonio de la bodega Castro Ventosa.

Los hijos han multiplicado la familia y además de un yerno y dos nueras, han aportado 6 nietos, una de las cuales, como narrábamos antes, ya ha fallecido. Y ahí es cuando aparece el carácter de estas mujeres de nuestra tierra, cuyo matriarcado nos ha marcado y marca nuestra forma de ser, orgullosos de los nuestros y lo nuestro, aunque sea escaso. Como reconoce su hija Marisé, dueña de una cafetería en Cacabelos, “la familia es cosa de ella, ahí aunque e veces nos lleva a pequeñas disputas, la que manda es ella, ya sabemos que es lo que hay, que no se va a dejar llevar tan fácilmente”.

Los otros dos hijos tienen su vida como dice la madre “encaminada”, uno es empresario en Portugal y el otro el reconocido enólogo berciano Raúl Pérez Pereira, “que ya me dijo el otro día que no podía venir a la entrega de los premios el sábado porque tiene que ira trabajar a Estados Unidos, da igual ya lo celebraremos cuando vuelva”. Aún le sobra tiempo para controlar y dirigir la pequeña bodega que da empleo a 14 trabajadores en el pueblo. Su hijo, el enólogo, “va a hacer una bodega nueva con unos socios, según dice el periódico de dos millones de euros”, se ríe y me explica “yo no se cuanto es eso”.

Todo el inmenso trabajo, los malos momentos, las épocas de mayor o menor agobio se dan por bien empleados, “cuando ves el resultado de esa labor”. Y agradece “mucho” este premio, “es una gran satisfacción sentirte reconocida y hacer este pequeño repaso a mi vida, para comprobar que mereció la pena”.

Cuando terminas de conversar con ellas, te vienen a la cabeza recuerdos y se agolpan los sentimientos en el interior, tanto que no sabes muy bien que hacer o que decir, dudas entre darles un beso y un abrazo, o postrarte ante ellas y hacerles una reverencia de respeto. Lo que si te dejan muy claro es que el matriarcado leonés está vigente, lleno de vida, y nos lo demuestran cada día este tipo mujeres capaces de superar los límites de lo posible.

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